lunes, 19 de noviembre de 2007

De la Escritura...



"La novela me agita como un vendaval a una vieja bandera. En toda mi vida, nunca había escrito con tanta rapidez y facilidad como ahora [...] Vivo sumergida en la novela, y cuando emerjo a la superficie estoy tan ausente, que muchas veces no se me ocurre nada [...]"

Virginia Woolf, Escritora.

La escritura acomete su labor, independiente de si nos empuja o resucita.

La escritura anuncia tiempos mejores, en medio del desastre de quien la conjura. Es el ejercicio de la colaboración mutua, entre el dolor vivido y la placidez instintiva, el fulgor inicial y la insondable fantasía. Uno escribe como si le dictaran y en el trance hipnótico verbal, redacta sendas cartas a esos invitados infinitos, como si aceptara ser partícipe de reuniones a larga distancia.

El que escribe aplaza su vivencia real, por el lugar que acomoda para sus convidados, dentro de un disfrute personal o para sugerencia de un legado, estructurando un universo que en la realidad cotidiana, le es dado en el fantasear mismo del hacer coexistir: juego y experiencia misma. En la concreción de unidades de sentido, que hace propia en el hallazgo de su identidad vital, lúdica y creativa.

El escribiente construye con la dermis de su piel, en un proceso a veces complejo, donde cruza trazas de momentos con variaciones inextricables de sus vivencias, en la escenografía recóndita que cada albor imaginativo le sugiere.

Aquel que hace de la escritura su oficio, suele verse rodeado de sonidos lujuriosos o apabullantes silencios. En medio de los cuales organiza, espacios densamente habitados o proyecta las soledades más abruptas, mientras tiende puentes o abre unos abismos inescrutables.

La escritura recoge nuestras apariencias del mundo y las eleva o las sumerge, al tiempo que especula con la realidad y la desnuda, la recubre o la re inventa tantas veces, hasta volverla indescifrable. El acto creativo se transmuta en equilibrio con el medio ambiente. Se hace partícipe de la coreografía de la vida misma, la confunde. Quien explora estos terrenos nunca tiene demasiado claro, dónde está plantado o cual es el horizonte que debe perseguir. Se nubla. Enceguece sus sentidos y a la vez alumbra. Ilumina con desvelo aquella habitación secreta donde se trabaja.

Escribir es entregarse a los ramales de la experiencia misma, bordeando una alameda en sombra permanente, en medio de truhanes y personajes en ciernes, bosquejados con seguridad y dotados de un perfil ad-hoc a la propuesta. Sea que se trate de una mínima silueta, o de una concepción marmórea que establezca con suma transparencia, el papel que el autor ha asignado a cada uno.

Finalmente. Escribe quien espanta, quien elabora estructuras de sentido. Quien anhela. Aquel que está perdido de cierta manera, o el que busca una respuesta de alguna forma. Quien acude a satisfacer un placer o una ilusión, o quien aspira descubrir sus propias cotas técnicas. Quien no debe y quien no tiene idea total, es el espejismo idóneo a todos los participantes de esta fiesta. No discrimina, ni en el resultado ni en la calidad de su recepción definitiva, así las cosas, nada más escriba.

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