lunes, 31 de agosto de 2015

En El Transporte Público

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El bullicio en el transporte público, llena de vida la mañana silenciosa y oscura de aquel invierno.
Otro día, la hora avanza y los chicos en uniforme forman un gran superorganismo, movilizándose por el hormiguero.
Suben a las micros, se apretujan unos con otros. Algunos pilluelos tienen sus primeros encuentros “amorosos” con desprevenidas jovencitas de cortos uniformes.
Los vidrios empañados lloran en la medida que el bus se va llenando.
Una muchacha distraída en sus pensamientos, observando,  mirándose hacía dentro, escucha el corazón de todo ese movimiento constante.
Y de pronto el silencio, una aparición, un único, el chico que observa  día a día a través de la ventana, por el pequeño espacio que dibuja para él, para no perderle de vista, para no dejarle ir.
Cada día, la misma micro, la misma hora, el mismo paradero.
Pero hoy, llegó tarde. Le vio mientras corría por la calle, tratando de alcanzar el transporte.
Ella se apego a la ventana, mientras observaba como se hacía pequeñito, como se alejaba cada vez más en medio del alboroto de la calle.
La primera vez que se dio cuenta de su existencia, fue  por una mirada, de esas persistentes que clavan en la nuca.
Al subir sus ojos, ahí estaban los de él, a su encuentro en señal desafiante, como diciendo: ¿ y tu porque me miras?
Después que ambos se quedasen mucho rato con los ojos abiertos, se cansaron y sonrieron para volver a mirarse cada tanto.
Y así, ya llevaban un semestre completo de miradas que iban y venían, de blusas y camisas, pasando por los chalecos, bufandas y gorros, entre chicos de distintos tamaños colores y edades, siempre por lo menos a 2 personas de distancia.
Ese día, la jornada en el liceo fue como tantas otras, con mensajitos vía papeles en el recreo, las típicas conversaciones acerca del chico lindo de turno, pero él muchacho de la mirada rebelde, hoy más que nunca estuvo en sus pensamientos, más que los días en que el  llegaba a la hora.
Esa tarde volvió a su casa bastante tarde, se encontró con su madre quien trabajaba en un hospital, cerca del Liceo.
Estaba muy contenta y se sentó en el último asiento, con su mamá del lado de la ventana.
Ella parloteaba alegremente de su día y lo mal que la pasaba en lenguaje, entonces una voz desconocida, pero a la vez cordial y cercana, le interrumpió diciendo que a él le pasaba lo mismo. Se acomodó al costado, quedando tan cerca que no le podía mirar muy bien a los ojos.
Seguramente era hijo de la compañera de su mamá quien también se había subido al bus. No se lo cuestiono, pues la conversación era muy amena, como la de dos amigos de toda una vida.
Al llegar a su destino, el chico se levanto y despidió de ella preguntándole si se verían mañana.
Ella muy perpleja con sus 12 años,  no era experta en estas cosas; miraba sus zapatos, no sabía por qué le temblaban las piernas. Respondió entonces que si.
Una vez se bajo, de inmediato pregunto a su mamá como se llamaba ese chico que se acababa de bajar y si era hijo de su compañera.
Su mamá le quedo mirando extrañada, pues ella no le había visto y tampoco lo conocía.
Entonces dio media vuelta y miro por la ventana trasera. 
Era él, parado en el mismo paradero, mirándole directamente.
Pasó la noche casi en vela, pensando, emocionada, expectante, con el corazón alborotado. 
Llegada la mañana, como nunca, se preocupo no solo que la corbata estuviese en su lugar, cuido un poco más de su peinado.
El apretuje para subir al bus, así como la celeridad para alcanzar el asiento privilegiado que le permitiría mirar por la ventana, ese día no había sido tan traumático.
Los ciruelos en flor, indicaban que el invierno ya se estaba yendo, había pasado un agosto muy frío y la tibieza del sol, ya se sentía por las mañanas.
Llegado al paradero aquel, se quedo observando, mientras un montón de muchachos y muchachas subían empujándose y peleando con el chofer.
Buscaba  a su chico especial, pero, el no estaba ahí.
Y fue así, durante todo el resto del semestre, primero con ansias, luego con angustia y pánico, hasta que llego el sol y las vacaciones. Nunca más le vio.
Pasados los años, hoy cree, que con quien conversó, solo era un fantasma. 

A Orilla del Camino



A Orilla del Camino
Rota
La voz, el llanto, la brisa.
Rota por la energía eléctrica en el viento acalorado.
Llueven esquirlas, 
brincan sobre el pavimento como mariposas
Un hedor a piel chamuscada llena el ambiente
El trigo hace olas, danza al compás de la estática ambiental y me recuerda que ya es diciembre
Las luces entre las hojas de colores terracota, ciegan el atardecer.
Pestañeo, una y otra vez lentamente. 
Todo da vueltas.
Por el rabillo del ojo, puedo ver una loica que se posa sobre el alambrado. 
Unos caballos pastan cerca del trigo dorado, moviéndose al son de la brisa
Un pitido me ensordece
Siento dolor en el pecho 
Otro pestañeo y en time elapsed, oscurece
Escucho claramente el sonido de mi  respiración,
como rugido de aguas bajando por la montaña
La loica se ha ido y el lucero de la tarde invita a la corta noche veraniega.
Se fue el dolor y me ahogo con un poco de sabor a sangre en la boca
Toda esa energía eléctrica del ambiente silencia un estertor
¿Acaso esta es el alma?
Nadie pasa por este camino polvoriento. Solo un loco borracho en una camioneta, que salió huyendo.
La rueda de mi bicicleta no gira más
Nacemos solos y morimos solos



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