lunes, 9 de febrero de 2009

Advertencia

Advertencia:

Se acepta toda clase...
de críticas.

Hace falta aumentar el nivel.

Dices:
mejor no escriba más.

Tu lectura es pobre,
tus textos predecibles y
sin ambición.

¿Y en esta ocasión
si lo hago sin metáforas?
¿Sin lugar común.?

Y que tal si no,
O mejor si,
¡Caspita!
¿Me dejarías siquiera una?


En verdad que no me ofendo,
pero,
¿La palabra upeliento suena tan?
Como decirlo...

¿Pedagógico?


¡Tan tan
Como la campana!

¿Que me deje de inventar historias?
Lo siento,
es una etapa.

Nada es real
¿O si?

Visión adulta de cosas de niños
perspectiva del niño ya adulto

Otra vez
¡Tan tan!
Cést fini
Sorry


“Apologizing”,
por estar en el lado perdedor.
Finalmente todos
estuvimos de ese lado .

También excuse me,
por quedarnos en el cole.
De las academias
solo conozco sus escalones.

Lamento que los polvos
“pica pica”
sacaran una que otra roncha

Y si,
la poesía con este carácter,
es un asco.

Será mejor irse a vomitar a otro lado
a olfatear los eructos de otras moscas.

Esas que circundan,
tipo Bertoni

viernes, 6 de febrero de 2009

Un alto en el Camino. 2.

(Un cuento para el fin de semana)

Paseaba por entre los árboles, relajada, sin prisa, en dirección a mi casa. A lo lejos, se veían los hogares, entre el dosel, patios y callecitas de piedra que dan acceso a una parcela paralela a la calle.
A medida que me acercaba pude distinguir mejor a unos niños que se movían riendo, arremolinados en torno a los árboles frutales que emergía de sus jardines.

La tarde comenzaba a decaer y los colores rojos de las ciruelas, se fundían con un cielo anaranjado mezclado con la brisa calida que elevaba las faldas.

Me quede observando aquellos niños, que miraban, reían curioseando y aprendiendo a subir por los troncos de los árboles.
Finalmente me senté frente a ellos, en la orilla del camino, por cuya orilla además le acompañaba el curso de un canal de regadío. Oía sus risas mezclado con el sonido del agua correr.

Aquella imagen, de niños sobre los árboles, me hizo recordar una foto en blanco y negro en la que una niña, de mirada picara, saludaba desde la copa de un gran damasco.

Nunca me di cuenta en que momento mi padre saco esa fotografía, la que guardo como una gran tesoro. Tiempo después de tomado ese retrato, el cortaría dicho árbol, lo que impidió que subiera por los tejados de las casas, saltando de una a otra a través de sus techumbres y las copas de los árboles.
Al mirar niños, por un momento creí ver, en blanco y negro, a los amigos de mi infancia y a mí misma.
Mi barrio era entonces un lugar tranquilo, un pasaje que terminaba en un gran murallón, un camino de tierra y una casa abandonada, justo al lado de un terreno prohibido para los niños.

Los árboles adornaban las veredas, los mismos, que hoy más envejecidos parecen más pequeños que a yo misma en ese entonces.

En aquella época, me creía invencible y la única preocupación del día, era saber si a Carlitos le apuntaría esta vez con los cuescos de damascos que comía ávidamente en el techo de mi casa.

Así, a “cuescazo limpio”, conseguía llamar la atención de mis amiguitos, que callados, se tapaban la boca con el índice, haciendo un ademán de silencio, para luego, subir junto conmigo a recorrer los techos.

Nuestros padres nos tenían completamente prohibido aquello, pues resultaba peligroso, más que por la caída desde los techos, por la posibilidad de llegar un día a la casa abandonada, una que estaba al fondo y que tenía a sus pies un murallón alto y prohibido.

Los árboles y las techumbres, nos ofrecían a Carlitos y a mí un buen cobijo para hacer planes y travesuras para nuestras tardes.
Jugábamos al escondite y practicábamos continuamente el lanzamiento del cuesco de damasco con nuestros amigos. Era la señal para reunirnos y bajar.

Corríamos por el pasaje, dando una vuelta a la izquierda, pasábamos por una cancha de tierra en que se jugaba fútbol los domingos, llegábamos a la calle principal, la única calle grande y pavimentada, para finalmente encontrarnos con un campo abierto.
Era un campo de yuyos, que se veía a lo lejos como un gran manchón amarillo con verde. Llegábamos allá y nuestro deporte era el revolcarse cuesta abajo, dejando nuestras ropas manchadas y olorosas.
Los yuyos estaban junto a la línea del tren. Competíamos por adivinar cuantos vagones vendrían y quien lo divisaría antes.
Por las tardes al regresar, estaba ese color anaranjado en el cielo y la misma brisa calida que esta tarde me hacía recordar esos momentos; por las tardes volvíamos a los techos y a los árboles, aunque estuviésemos agotados.

Esa navidad Carlitos había recibido su primera bicicleta. El me permitía subir a ella de cuando en vez y en otras ocasiones me llevaba en la parrillita de atrás, mientras me sujetaba fuerte para no caer.
A veces me envalentonaba y sacaba la cabeza hacía el lado, para recibir la brisa en el rostro.
Nunca solicite a mis padres regalo alguno, menos una bicicleta. Vivía mi niñez simplemente de la alegría de compartir con mis amigos.
Nunca me queje con ellos de cuando Carlitos se iba a su casa con sus trenes eléctricos o a tomar de once, leche, pan con jamón y huevos que día a día lo iban convirtiendo en un niñito más gordito.
Yo era una chiquilla de piernas flacas, cabello largo y vestidos floreados, a quien a veces solo le tocaba la leche que regalaban en el consultorio y un pan con aceite si es que lo había.
Las noches eran el momento más triste del día, mis amigos volvían a sus casas y yo a la mía. Me sentía muy sola, pues aunque tenía hermanas, una era muy pequeña para seguir jugando y la otra, mejor no hablar de ella, era la que continuamente salía a pellizcar a mis amiguitos pues le caían mal.
En la oscuridad, muchas veces salí por mi ventana a trepar nuevamente a comer damascos. La perspectiva de la noche y las estrellas desde el techo, muchas veces me sorprendió cayendo en el sueño.
Carlitos, al principio no era mi amigo, me hacía llorar; continuamente se burlaba de mi y mi pobreza. Se jactaba de que su familia era mejor y que estaba ahí solamente por que el trabajo de su padre estaba más cerca. Se pavoneaba con sus trenes y vehículos a control remoto.
Inclusive, recuerdo que consiguió en una ocasión, que le rogaran de rodillas para prestar uno de sus autitos; fue una escena muy humillante. Sus desprecios y sus insultos, le valieron el calificativo de guatón cabeza de melón.
Una vez en que estaba sobre mi techo, comencé lanzándole unos cuescos; el miraba para todos lados, mientras yo me escondía entre medio de las ramas de mi amigo árbol. Al comienzo era para hacerlo pasar rabias, luego se transformo en un llamado a la aventura.

Hacernos amigos sucedió el mismo día en que Pedro le rogó de rodillas, tal como le exigió Carlos que lo hiciera, para prestarle uno de sus vehículo a control remoto.
Después de la humillación pública frente a todos en el pasaje, Carlitos simplemente le dijo que no, que le podía echar a perder el vehículo, que nunca sabría como utilizarlo y que si sus papas no le podían comprar uno, era porque todos nosotros éramos unos upelientos de mier…
Esa frase no era la frase de un niño, era una frase de sus padres, repetida casi en forma automática por el.
Fue entonces, no por la frase inentendible para nosotros, sino más bien por su egoísmo, que Pedrito se le lanzo encima a darle de golpes.
Llevando la contra de toda lógica de niños, me metí en medio a defender al menos popular: al guatón cabeza de melón.
Pedrito que me respetaba bastante, pues sabía bien que tenía además muy buena derecha, se echo para atrás.
Les dije que si seguían peleando yo misma rompería el juguete, mientras que al guatón, increpándolo le indique que era justamente por cosas como esa, que nadie lo quería, que ni su mama lo quería.
El se largo a llorar, no me imagine que esas palabras tuviesen tan mal efecto en el.
Lo que nadie en el grupo sabía, era que su mamá se había ido hacía un año con otro hombre, dejando a su padre, solo con el.
Su papa, que era oficial de la fuerza aérea, había llegado a vivir ahí, para quedar más cerca de la base. No era precisamente un barrio tranquilo y el hecho de tener un oficial de vecino, mantenía el pasaje como una tumba. No había reuniones en las calles, ni la gente conversaba demasiado con sus vecinos.
Las únicas reuniones que se daban, eran esas clandestinas de sus niños, por los techos de las casas y la morada abandonada al final del pasaje, la pegada al murallón.

Después del llanto de Carlitos, nació la amistad, no en forma instantánea, sino que en base a los juegos diarios, esta vez, sin nada de la tecnología que su padre le regalaba continuamente.

Ya nadie le solicitaba sus juguetes y solo a veces, eran desempolvados por el, cuando solitariamente, en momentos que su padre estaba en casa, se tenía que quedar por las tardes solo, sin salir.
En esos momentos era en que yo le ayudaba a fugarse por los techos.
Ese verano, entramos en la casa abandonada del fondo, bajando por la muralla vecina de la residencia de Carlitos.

Cuando llegamos allí, se desplegó como un tesoro frente a nosotros, plantas creciendo salvajes sin manejo humano. Frutales y fruta, mucha de ella regada por el suelo, llenaban el paisaje de color y llamaban a hormigas, arañas y otros insectos a pasear por ese reino.
La casa estaba desatendida, pero completa, inclusive sus muebles permanecían como testigos mudos de años de acumulación de polvo. Que mejor que una casa abandonada, para los juegos y diabluras de un montón de niños.
Desde ese día íbamos a diario a nuestro lugar secreto, habíamos perdido el miedo que nuestros padres nos habían inculcado hacía el lugar.
Los árboles fueron testigos de la vez en que Carlitos me tomo la mano como señal de valentía. Mirando la gran muralla, concertamos que finalmente nos atreveríamos a cruzarla.
Recuerdo el calor de su piel y nuestros ojos abiertos muy grandes con el corazón agitado. Aun hoy experimento la sensación aquella, de la que sería nuestra gran aventura.

Fue una tarde de fuga, después de días yendo a la casa club, en que Carlitos, fanfarrón y como líder del grupo, se aventuro al gran incidente: traspasar el murallón.
Entre todos movimos algunos muebles de la casa abandonada, hicimos algo así como una torre. El primero que se asomaría sería Carlitos que había ganado el concurso de piedra, papel o tijera. Nadie supo por que lo hizo, si era para demostrar finalmente que pertenecía al grupo o solo como una bravata.
Después de Carlitos iría yo.
No sabemos como sucedió, pero una vez arriba, simplemente cayó para el otro lado, perdiendo el equilibrio.
Se escucho un golpe seco y ningún otro ruido; luego unas voces del otro lado.
Asustada me asome a ver a mi amigo, pensábamos en el escarmiento de nuestros padres por la travesura, más que en cualquier cosa. Difícil es pensar en la muerte o en hacerse daño cuando solo se tiene 5 años.
De inmediato fui por mi amigo, fue entonces que un ruido me dejo casi sorda. ¿Eso era un disparo?
Al otro lado había unos militares de guardia, con armas en sus manos.
Detrás del murallón estaba la base de la fuerza aérea, el muro resguardaba de la mirada de curiosos.
El país, despúes del golpe de Estado, estaba en "estado" de guerra y las travesuras de unos niños habían movilizado al personal.
Ellos no preguntaron, simplemente dispararon.
Carlitos estaba en el suelo inconsciente, los militares gritaban mientras que yo lloraba.
A Carlitos lo llevaron al hospital, a mi me llevaron a casa.
Esa misma semana hubo un allanamiento en todo el barrio.
Nuestros padres tenían miedo, veíamos como los militares daban vuelta colchones y rompían cosas. Yo solo pensaba en Carlitos y en que se pusiera bien.
En las calles por esos días se escuchaban llantos, gritos y en algún momento un disparo en medio de la noche.
Luego supimos que los dueños de la casa del fondo, habían "desaparecido" y que por eso estaba vacía.
La palabra “desaparecido” para mi, fue vetada y un gran misterio por años.

Por mucho tiempo, tuvimos la sensación que el haber traspasado esa pandereta, había roto el sello que nos mantenía a salvo y en una burbuja que nos alejaba de lo que pasaba en todo el país.

Las palabras comunistas, upelientos, no se borraban del miedo de nuestras mentes infantiles.
Ese mismo año, Carlitos ya no pudo salir de su casa, hasta que finalmente se fueron del barrio. Desobedecer a su padre, huyendo por techos, haciendo cosas que no debía lejos de la mirada de su nana, eran motivo suficiente; nosotros los niños del pasaje éramos una mala influencia.
Ese año me presentaron en un colegio cuya puerta se abría sola, tenía cuadros cuyos ojos nos miraban y en que a las monjas les gustaba jugar al pillarse.
Ese año papá cortó mi damasco, nunca más reverdeció para elevar sus brazos al cielo.

Vida de gatos

Rayita siempre fue un gato muy querido. Desde el día de su nacimiento, las personas que lo recibieron le esperaban con expectación y alegría.

Era la primera camada de Pelusa, la gata regalona de la familia.
Después de esta, no tendría más, pues la operarían.
Eran un total de 4 hermanitos que jugueteaban todo el día en la casa.
Nacieron una madrugada de enero, no se recuerda bien si un 3 o 4.
Gato de enero, completamente juguetón, una bolita de pelos simpática que saltaba de un lado a otro junto a sus hermanos simulando la caza, que muy pocas veces concretaría, pues su vida estaba destinada a la de ser gato de chalet.
Un día Rayita, que aun no sabía que se llamaría así, jugaba con sus hermanos en el momento que una mujer pasaba por la vereda del frente de su casa. La mujer, que ese mismo amanecer, se había propuesto conseguir un gato.

Ella, esa mañana, como todas las mañanas, se dirigía a su trabajo. En casa le espera todos los días un niño maravilloso a quien ama. El niño, ya está en edad de tener una mascota y responsabilidades.
Normalmente se eligen perros, pero ella siempre fue gatera, herencia que le dejaría a su hijo.
Fue amor a primera vista, a lo lejos escucho un pequeño maullido. Dirigió su vista hacia el frente y ahí estaban, unos hermosos gatitos. Se acero a la reja y Rayita a su vez, comenzó a ronronear a su lado.

En la casa no había letreros de se regalan gatitos.
Una pena, de todos modos en la tarde preguntaría.
Llegada la hora de salir, se preparo, fue a su casa, consiguió una cajita y dirigió sus pasos a aquella casa donde le esperaba el gato que quería ser suyo.

Una vez ahí, la sorpresa fue mayúscula, tenía un letrero
“SE REGALAN GATITOS”.

Finalmente, se daba todo, ya había pensado en nombres, se llamaría Cuchito.
Hablo con la dueña de los animales.
La dueña, dijo
-Puede elegir de entre todos estos… Pero ahí no estaba el, el gatito elegido.
-¿Esta segura que no tiene más?
-Si, tengo otro, pero es el regalón de la casa, nos vamos a quedar con el.
- Bueno, veamos, este.
Lo tomo entre sus manos y el rechazo fue mutuo, el gato no quería nada, salio arrancando al interior de la casa y mientras la dueña de los animales iba por el fugitivo, el resto que estaba en la cajita, salio huyendo uno detrás de otro.
Así, todos entraron a la casa, comenzaron a corretearse mutuamente, hasta que apareció el gato prometido.
Basto encontrarse y de inmediato comenzó el ronroneo.
Al ver eso la dueña de los gatitos, dijo:
-En verdad el quiere irse con usted, lléveselo.
-¿En serio?
No espero respuesta. Muy feliz, lo metió en la cajita.
Camino a casa le iba conversando diciendo:
-Chuchito mío, te va a gustar Tomás.
Al llegar a casa, la primera persona en aparecer por la puerta, fue un niño con cara pícara, esperando, expectante, hiperventilado.
Sabía muy bien lo que venía en la caja.
Un pequeño ¡Miau! Hizo saltar a Tomás en su lugar y hacerle esgrimir una gran sonrisa junto a un ¡ah!
Fue amor a primera vista.
-¡¡¡Gracias mamá!!!
-¿Como le vas a poner? ¿Que nombre te gusta?

La carita del niño se lleno de preguntas.
-Mm. Gato, se va a llamar Gato.
-Tomás, mejor coloquémosle un nombre, tu tienes 2 nombres y 2 apellidos, así es más fácil identificarte. No va a ser cualquier gato, va a ser tu gato, el gato de la familia.
-¡Ahhhhhhhh!, ya se, se va a llamar, mm. Rayita Cohete
-¿Rayita Cohete? Es un nombre muy raro, pero bien se llamará Rayita Cohete.
Y así, Rayita Cohete paso de un hogar donde estaba con su madre, hermanos y una dueña amorosa, a un hogar donde su dueño sería como su hermano y papá y mamá como su madre.
Los primeros días, Tomás se preocupo mucho por su hermano gato. Dormía con el, lo apretaba más de lo que Rayita estaba acostumbrado.
Fue así que comenzó a ser el gato que huía. Muy bien puesto el nombre, huía cual cohete.
Huyo tanto, que un día Tomás frustrado le preguntaba a su mamá si Rayita no lo quería.
Su madre le explico que a veces cuando se ama, es necesario dejar un poco tranquilo a quien se ama.
Una tarde en que mamá llegaba del trabajo a casa, noto que su hijo estaba demasiado callado. Entonces subió a su habitación y se encontró con la ingrata sorpresa.
Tomás, el niño lindo que amaba tanto a su gato, lo tenía tomado del cuello. Lo estaba ahorcando y el gatito que lo amaba al parecer demasiado, ni siquiera se defendía, apenas movía sus patitas, se estaba orinando.
La madre preocupada le grito:
- ¡Tomás!
- El niño sorprendido, solo atino a soltarlo y llorar.

Ella tomó al pobre gatito y ver si aun estaba vivo.
Respiraba y rápidamente se recupero.
Esa tarde ella no le hablo a su hijo. No porque no lo quisiera, sino más bien, porque no sabía que decirle ni como.
Alejo al gatito del niño de 4 años, quien no entendía muy bien que había echo. El solo estaba experimentando.
Esa tarde, la madre se acerco a su hijo, le tomo en sus brazos y converso con el.
-Tomás, no estoy enojada contigo, pero si estoy preocupada. Casi mataste a Rayita Cohete, tu gatito.
-El niño dijo, es que el se arranca, no me quiere.
-Tomás, ahora menos te va a querer, casi lo mataste. La vida de cualquier ser vivo es importante, más importante aun si ese ser vivo es uno que tu amas.
Los ojos del niño, se llenaron de lágrimas.
-Nunca más mamá, ya aprendí.
Desde aquel día, Tomás dejo de acosar a su gato y poco a poco, Rayita comenzó a acercarse nuevamente a el, sin que lo llamasen.
Fueron amigos de juegos con bolitas. Primero Tomás la lanzaba y Rayita corría a buscarla, luego Tomás corría a traerla de vuelta para volver a lanzarla y así, muchos otros juegos.
Pasó el tiempo, Rayita Cohete creció y se trasformó en un gato muy fuerte.
Las cosas iban muy bien, pero sucedió que la vida de todos cambiaría.
La mamá de Tomás, consiguió un trabajo que quedaba lejos de la casa donde vivían y su papá consiguió un trabajo en otra ciudad.
Así, de lunes a viernes, la mamá viviría en otra casa, la familia se vería solo los fines de semana. La familia viviría por separado
La madre se llevo a Rayita, con la promesa sacada de su hijo de que lo cuidaría mucho.
La despedida fue amarga.
Rayita en su nueva casa, investigo cada rincón, se busco nuevos amigos.
Ya sin el cariño de Tomás, Rayita comenzó a ser como los otros gatos, a salir por las noches a recorrer los techos, pelearse con uno que otro compañero felino invasor de su territorio y cazar pajaritos.
Cuando Tomás llegaba a visitarlo casi ya no se acordaba de el.
Rayita poco a poco, ya no era el gato de la familia, hasta que un día finalmente se fue.
Encontró una casa donde le alimentaban con comida de su gusto y simplemente desapareció.
Pasaron los días y Tomás, así como su madre, poco a poco fueron superando la pena. Después de todo, Rayita estaba bien, solo tenía una nueva familia.
En la medida que pasaba el tiempo, cada vez Tomás preguntaba menos por Rayita, solo su madre pasaba por la calle donde ahora el vivía.
En el comienzo Rayita salía a saludar, después ya ni siquiera se desgastaba en hacerlo. Estaba transformado en un gato rechoncho y de chalet, que apenas movía una pata.
Pasó el invierno y casi terminaba la primavera cuando, estando en su oficina, a lo lejos, la mamá de Tomás escucho un maullido, penoso y lejano.
Salio de la oficina donde trabajaba y ahí frente a sus ojos, había un gato.
Bueno, si a eso se le podía decir gato. Era, como lo dijo uno de sus compañeros de trabajo, una mala mezcla entre guaren y gato a medio morir.
El corazón de la mamá de Tomás se lleno de piedad, era como Rayita, una versión bastante desmejorada.
Flaco al extremo de ser solo pellejo y huesos, todo mojado. Su pelaje rayado, opaco deslucía. No tendría más de dos meses.
-Chiquitito, que mal te ha tratado la vida, cosita, ven acá.
Simplemente lo tomó, busco una caja y por la tarde se lo llevó a casa.
Pretendía recuperarlo, le llamaría Rayita, igual que aquel ahora rechoncho gato traidor (como decía Tomás).
El animal, fue desparasitado, estaba lleno de pulgas y garrapatas, alimentado y puesto bajo abrigo.
El animal al final de la noche, estaba muy agradecido. Vivía en un hogar cálido, ya llevaba dos días en casa.
El tercer día finalmente demostró su amor con ronroneos y se acurrucaba junto a su nueva “mamá” agradecido, mientras le acariciaban el poco pelo que le quedaba sobre ese pellejito y sus huesitos.
Fue una tarde de cariños.
La mañana siguiente, la mamá de Tomas se disponía a dar de comer al gatito, el nuevo Rayita, pero este, no se movía en la camita que le había dispuesto.
Su organismo no aguanto, estaba demasiado flaco y anémico.
Su cuerpecito aun estaba tibio, acababa de fallecer.
Ella lloró muy amargamente, no pudo salvarle, no pudo protegerlo cuando ya había pasado a ser parte de su familia.
Caminando tristemente a su trabajo, ya no pensaba en más gatos. Siempre se sufre cuando, no importa cual es el motivo, se pierde a un miembro de la familia.
Sus pasos lentos se sucedían y sin darse cuenta, llego a un letrero que decía “SE REGALAN GATITOS”.
Una sonrisa apareció en su rostro, quien sabe si esta vez, un nuevo miembro ingresa a la familia, un nuevo gatito para Tomás. Y con gran esperanza toco el timbre.

jueves, 5 de febrero de 2009

Fiebre Cerebral

Escribiré hasta el cansancio, para que te desnudes.
El agotamiento, le quita claridad a nuestros actos…

Serpiente

Todo el

es un reloj
descompuesto.

Su alma,

solo un recuerdo.
Imágenes
guardadas
en frasquitos de colores
con olor a trementina.

Quiso raptar a Dios

Creyó que la vida
era un conjunto
de puntos y comas

Hoy

Se mantiene
oculto
bajo una gruesa capa
de escamas.

Pasta y oleo
dorados por el sol...

Yerma



Soy parte de un delirio iconoclasta
alimentada en el dolor con premios de consuelo.
En distancias me desnudas
hundiendo una estaca en mi corazón
con la suavidad de una lengua.

Si dejas en mi tus hijos renunciados,
seré animal de contradicción y desengaño.
En la sucia habitación de mis tristezas,
soy devoradora de renuevos
ávida del sol, como tu boca.

Habrá que escarbar hasta la calavera,
donde llegará la muerte con su asco,
saboreara los despojos del banquete,
sedienta, boca arriba de mi cama,
tomando la carne hasta que duela.

Tus hijos retrocederán lentamente
llegando a mis recónditos lugares,
heredad yerma donde los recibiré.
Un lugar sin tiempo
colmado de animales carroñeros

Construye pronto la mortaja
víctima inocente del amor,
vida y muerte, vienen a mí.
Esta vez seré la miseria
de una silente flor carnívora

miércoles, 4 de febrero de 2009

Vidrio Roto


En el aire se respiraba un olor dulzón, era su perfume que se había derramado sobre la ropa, mezclado con sangre y olores de hospital.

El calor era sofocante y adormecedor, el cansancio le iba ganando poco a poco al cuerpo.
La mente se quedaba atrapada y lánguida entre tantos acontecimientos, subyugada a los recuerdos e ideas acumuladas durante la jornada…

- Reafirmar los lazos, cortar las cadenas, era lo único que repetía.

El, se había alejado poco a poco de lo importante, de lo que para el mismo era trascendental. Estaba tan ocupado, que dejó que pasara.
Hoy, era esclavo de la vorágine del trabajo, del embrutecimiento diario. Vagaba errante por mundos desconocidos.
Debía liberarse de lo inútil, desandar los pasos. Resultaba tan difícil y tan sencillo a la vez.
Seguramente pensaba en todo eso, cuando olvido ponerse el cinturón de seguridad.
.......…

El sol golpeaba la piel al punto del dolor.
La brisa marina no era capaz de aliviar el ardor que tenía en su corazón.
Sentada frente al mar, observaba el ir y venir de las olas, el ir y venir de los recuerdos de su noche anterior.
Para Elizabeth, el año nuevo frente al mar con fuegos artificiales maravillosos, siempre era lo mejor que le podía pasar en un nuevo año.
El día había llegado después de una noche esplendorosa y junto con los primeros rayos de sol, se fue su dulce compañía.
La llegada del día le dejaba completamente sola, lejos de quienes quería.
Movía sus pies por entre la arena caliente, mientras cerraba sus ojos para salir de órbita
.....…

Pestañeaba rápidamente, el polvo del camino lo cubría todo alrededor.
Un dolor profundo en el pecho y cuello le hicieron notar que aun estaba viva.
El cinturón de seguridad se había incrustado cerca de la clavícula, pero, aparte del dolor y aquella herida, al parecer estaba bien.
Miro de un lado a otro y el estaba ahí, desencajado, con los ojos lejanos y preguntando casi sin pensar
- ¿estas bien?
Después de un par de vueltas en trompo, el vehiculo finalmente se había detenido, sobre un camino de tierra y grava. Estaban en plena precordillera.
Pasados unos segundos, se sonrieron, para luego nerviosamente dejar escapar un par de carcajadas mientras se repetían
-¡estamos vivos!
..........


Una luz cegadora, le atrajo nuevamente a la realidad, pero no quería, por lo que volvió a cerrar sus ojos.
El recuerdo esta vez, no era tan positivo como el de la noche de año nuevo pasado.
No, en esta ocasión las luces de los fuegos artificiales, no eran tan brillantes y sus colores desteñían
- ¡Estamos vivos!
¿Estaban vivos?
Desviaron sus pasos, dejando de lado aquello que era importante; vagaban por mundos desconocidos.
Ese año ya habían estado en un hospital, uno, donde las luces parpadeaban y en que a pesar de la claridad de las paredes blancas, todo era oscuridad.

En ese lugar acababan de perder a su hijo, desaprovecharon aquello que realmente importaba, después de eso, lo demás era secundario.

La luz del quirófano se encendía y muchos recuerdos amontonados en montañas de emoción pasaban por su mente.
Ya no había nada más que hacer
Esta vez, el estaba sobre una camilla
Esta vez, el viajaba solo.
En esta ocasión, el no llevaba cinturón de seguridad…

Solo era un hombre, no dependía de ella retroceder o avanzar.
Había que dejar las cosas en manos del altísimo.

Elizabeth trataba de asomarse por una ventana, mientras que, sin darse cuenta, Eduardo se quedaba sin los recuerdos de ella. Habían sido arrancados de cuajo, por un golpe brutal contra el parabrisas.
Ella no lo sabía.
- Todo esta en manos del altísimo, el no morirá.
Dejo de llorar, se sentó y respiro profundo.
En la mente de el, Elizabeth ya había muerto.

lunes, 2 de febrero de 2009

Domesticados

Como quisiera que se alargase la vida, y no vivir poblando una memoria errante, de campana ausente.
Un sonido que llega a ninguna parte, un nombre que dice nada.
No es todo flora, no hay poesía bajando por montañas rusas, ni saltos de leonas asfixiantes.
Hoy es todo normal, todo silencio, todo ausencia conjurando anocheceres perpetuos, dentro de un pecho atiborrado de recuerdos, esperando el anhelado día.
Y el día no llega.
¿Donde estas?
Entonces, perdonémonos la vida, guardémonos en un recuerdo dulce, quedemos depositados en el pecho, en las caderas y en la sangre vertida por tu guadaña de plata.
Démonos una sonrisa verdadera, es insoportable la piedad humanitaria de amabilidades incomodas.
Y en el fondo nos morimos de la risa y no sabemos que hacer con este harapo que ha quedado atrás.
Domesticados, caemos al río con amarras, quemando con besos la lejanía.
Sin embargo, el invierno se nos viene encima,
Yo ya tengo mi katana.
¿Tu estilete esta preparado para este silencio?

Un alto en el Camino. 1.

Nací tigre, según los chinos, en el valle de Santiago de Chile, al alero de los edificios que para esos años comenzaban a tomar altura.

Tigre, en Latinoamérica, quien lo diría, un valle donde a casi no recuerdo los Andes, a pesar que están encima, imponentes, como cayéndose al océano Pacífico, pero que, desde hace años no se ve en todo su esplendor a causa del smog, excepto los días en que todos ruegan a San Isidro, tras las preemergencias, por un poco de agua.

Lluvia, agua sanadora y que deslava los cielos, en forma similar al trabajo de restauración de la Sixtina, maravilla que permite ver las estrellas, que de pequeña quería alcanzar.

Así, bajo esos cielos cubiertos, con los astros asomándose de cuando en vez, nací libre.

He vivido una vida plena, rica, de dulce y agraz, independiente y revuelta entre los sueños, el corazón, y una mirada que elude al filtro del lóbulo frontal.

Y respecto al filtro, ese, siempre fue un desadaptado, con delirios de evasión y control; solo sueños de niña, una gran ilusión.

Un buen ejemplo de mis fallas de filtro es que desde chiquilla me castigaban en la escuela por hacer comentarios fuera de lugar.

-Señorita, mire que vergüenza su silabario, como tan desordenado.

Esa era mi profesora, la tía Paty, que solo miraba un deshojado silabario, sin percatarse de lo que había detrás de ello. Una niña de pocos recursos, con un silabario reciclado por cuarta vez y que ha fuerza de ser leído en demasiadas ocasiones, ya casi se le salían las hojas. Eso fue antes de conocer las bibliotecas.

Pero el orgullo, que nunca se ha echo el tonto en mi vida, también se hizo presente en aquella ocasión.

Parada sobre mi pupitre y mirando de frente a aquellos que se habían reído de las pobres hojas sueltas, resuelta dije:

-¡Si-i!, Pero yo se leer y ustedes ¡no-o!

Hasta ahí llego la luna de miel con el colegio.
Antes de aquello, era un continuo deambular entre patios, recreos, conocer amiguitos, recorrer los amplios jardines, dejar que las monjitas corrieran tras de mi ya que jugábamos “al pillarse” continuamente.

En ocasiones me hallaron y dejaron en una oficina, donde, en los ratos de aburrimiento, nacían nuevas ideas, para volver ahí, nuevamente, al siguiente día.
Mi madre, se mortificaba mucho con eso, cada vez que teníamos un episodio de aquellos, le llamaban para que me fuese a buscar.

A mi me agradaba mucho aquello, pues casi no la veía por las tardes y era un lindo encuentro de medio día, pues aunque se iba gritoneando todo el camino, siempre fui capaz de cerrar mis oídos a aquello que no quería escuchar. Le abrazaba y decía, te quiero mami y ella sonreía.
Así, mi niñez se paso entre el colegio, amigos de los cuales escuchaba solo lo que quería, una madre abnegada, hermanas con quien pelearse un poco, mezclando sueños y realidad, confundida entre este mundo y los otros.

Y quien lo diría, la luna de miel con el colegio, acabo junto con el matrimonio de mis padres.
Mi padre; el era hermoso, era mi superhéroe, el que me rescataba de la turba de amiguitos que no querían que volviera a casa, aunque mi pancita estuviese sonando hacía rato, llorando por mi leche de las 4.
Mi papá, el me llevaba a ver los partidos de fútbol del barrio, donde quedaba como empolvado, para después comernos un cubo de frambuesa, aunque actualmente los helados rojos ya no me gustan.

Un día lo deje de ver, un día el colegio me dejo de gustar, un día, huir de las monjitas dejo de ser entretenido.
Fue entonces que descubrí un rincón donde podía seguir fantaseando, donde no había más silabarios deshojados, sino que libros grandes y gordos, llenos de historias que me alejaban de este mundo.

Deje de hablar, me llevaron al psicólogo, al otorrino, me llevaron a muchos doctores y no era que no escuchara, simplemente no quería hablar.
Mi primera entrevista con el psicólogo fue algo así como:

-Hola ¿como te llamas?
-Paola ¿y tú?
-Yo me llamo Pablo
-¿Y porque estoy aquí?
-Me dicen que no hablas.
-Yo si hablo, pero, no quiero.


Y en verdad que no quería, en esos años me llene de pensamientos que se negaban a salir por mi boca y es por ello que hoy mi boca ya no se calla mis ideas, explotaron y se desbordaron por la paredes de la torre grande que arme por tres años. Fue una revolución total, un completo motín contra la autoridad de mi lóbulo frontal, a quien nuevamente he comenzado a domesticar, no hace mucho.

Aun recuerdo, en esos años mi letra era impecable, no existían los computadores, ni teclados, ni correctores automáticos de ortografía.
Lo que no se usa, se atrofia decía mi abuelita, bueno también decía que si jugaba con piedritas a la "payaya", mi letra sería atroz.

Últimamente recordando eso que me decían de atrofiarse, he vuelto a escribir y después transcribir. Es un doble trabajo, pero vale la pena.

En los tres años de encierro en mi torre solitaria, no tenía con quien conversar y comencé a ir a la biblioteca, tratamdo de atragantarme con todo aquello que estuviera por el frente, incluidos los libros prohibidos. Una cosa es leer Ivanhoe a los 7 años, pero El amor en los tiempos del cólera, definitivamente fue vetado cuando mi madre me pillo leyéndolo. Era necesario tener criterio formado.

Ahora que lo pienso, mi criterio en verdad, no se si se formo o deformo…
Solo se, que no dejaré que se atrofien mis letras ni mi corazón.
Hoy quería pensar en ti, escribir de ti, pero uff!, que tarde se ha hecho, las polillas ya están entorpeciendo la poca luz que tengo, quizás mañana continúe, si hay mañana.