miércoles, 30 de diciembre de 2009

Daniel y las Ranas Mágicas.


Paseo por aquí y por allá en los ciberespacios de otros.
Por ahí me encontré uno que decía vomitaba sangre y que no pertenecía a este mundo, lo dice en forma muy rimada (le llaman a veces poesía y algunos se autodenominan poetas).
Un poco mas allá, me encontré con otro que cuando escribe solo se queja, se queja y queja. Es un pendejo que no ha salido de su cuarto, biblioteca y estudios académicos. Vive en Colombia, pero todas sus fotos son de vampiro, habla del sol y ni siquiera tengo certeza de que lo conozca. Si yo viviera allá, quizás hablaría del campo, los vívidos colores o las guerrillas por ultimo, pero ese autoanálisis monótono de chiquillo de más de 20 que parece adolescente de 14, me tiene puaj!
Por eso, hoy no hablaré de ellos, hablaré de mi trabajo.

Tengo un trabajo al cual amo. Si, es cierto, a mi trabajo lo amo, lo que hago día a día y no me refiero a las cosas típicas de las oficinas, los pelambres o la mala onda de algún jefe que nos ponga la pata al cuello para ver si se nos salen los ojos o que nos traten como si fuésemos esclavos.
Mi trabajo, es especial, mi trabajo trata acerca de ayudar a cumplir sueños. Suena agrandado, pero siempre he sentido que es así.
Los clientes normalmente hablan de sus “miniempresas”, refiriéndose a sus microempresas, también acerca de sus “taloneras”, refiriéndose a sus cuponeras de pago. Son gente sencilla y llena de sueños con quienes a diario se puede reír y ayudarles a soñar.
Lo que más me gusta es salir a terreno a ver los campos, ver a la gente, al señor que nos saluda con la mano llena de callosidades, su mirada bonachona y ofreciendo una chicha en plena mañana en forma pícara.
En la ciudad también tenemos microempresarios, de ellos normalmente no hablo, pero sus historias son a veces increíbles.

Daniel manejaba tranquilamente por la ciudad, sin siquiera hacer notar los terribles dolores que sufría a sus pasajeros.
Todos los días se plantaba una sonrisa en el rostro antes de despedirse de su mujer e hijos.
Cada día y puntualmente se detenía en la esquina de Gines Yañez para llevarme a la oficina.
Un día conversando acerca de la vida, me contó de sus dolencias y su necesidad de cambiar su taxi. Su sueño era tener uno nuevecito, con el cual pudiese ganar más plata, no gastar tanto en talleres y que fuese más cómodo para su espalda. Esa era mi especialidad, trabajo en eso.
El sueño de Daniel era dejar a su familia bien, es decir, darle estudios a sus hijos y menos trabajo a su mujer. Parte de eso se cumplía con renovar su fuente de trabajo, el vehículo ya estaba cumpliendo 15 años y sería sacado de circulación
Nunca había notado que Daniel padecía que grandes dolores, hasta que un día leyendo el diario me entere de su muerte.
Era una nota muy escueta y casi anecdótica. Al comienzo no lo relacione con el, pero después fui atando cabos.
Así era, un día apareció por mi oficina su viuda, por el tema de los seguros.
Esos temas que tienen que ver con muerte, dar el pésame y hablar del tema con tino, para mí es por decir lo menos “espeluznante”. No se como hacerlo, me siento torpe.
Lo primero que hice fue lo típico, darle la mano, saludarle, pedirle que tomase asiento, una pequeña sonrisa, que no hace mal y escuchar.
Daniel después que obtuvo su vehículo, había empezado a ahorrar, por lo que junto un pequeño capital.
Con el dinero hizo algo que nadie hubiese esperado que hiciera, se fue a buscar un médico brujo que le ayudara con sus dolencias a la espalda.
En un principio la búsqueda había sido infructuosa, hasta que le hablaron de un chaman.
Dicho chaman experimentaba con los venenos de una rana de no se donde (en el diario decía que Brasil)
Cuando lo leí, recuerdo haber recordado a Homero Simpson pasándole la lengua a unas ranas psicotrópicas que le dilataban las pupilas.
Fue así, igual que a Homero que me imaginaba a Daniel, todo feliz después de la primera aplicación del dichoso veneno.
¡Bendito Veneno!
Daniel ya no jugaba a la pelota y ese fin de semana sudó la camiseta, salio a andar en bicicleta y su sonrisa de cada mañana era una carcajada.
Pero como todo en la vida, su efecto fue pasando, entonces como buen alucinógeno y calmante, llamó nuevamente al esclavo a su presencia.
Fue nuevamente donde el dichoso chaman dilatador de pupilas y bajo un conjuro, humo y otras artes trajo a la rana.
La rana inocente, que a pesar de su lengua larga y pegajosa no ha probado de su moco bendito, miraba alrededor, asustada, agitada, bajo la mano de su verdugo. Todo fue muy rápido, se supone que no sufrió mucho, sin embargo al parecer, su padecer asustado quedo en sus fluidos.
Lentamente el veneno fue tomado la primera vez, en esta ocasión, la locura que se había apoderado de Daniel, hizo que bebiera hasta el último sorbo del brebaje, para después ser inyectado por la baba mágica
El chaman le había advertido, que tuviese cuidado, que el paso entre esta vida y la otra era muy estrecho, que debía estar en paz con su espíritu o la rana se lo llevaría. Pero Daniel no escucho.
Su corazón se agito al ritmo de la alegría que volvía a aquel cuerpo, mismo que después de muchos años, finalmente disfrutaba de la vida, incluyendo a su mujer.
Entonces no resistió, la alegría de Daniel más la agitación de la rana previa a su muerte se unieron. Ambos ríos chocaron ahí, en medio de su músculo y falleció.
Su mujer se veía bien, pues sabía que Daniel estaba mejor y que en sus últimos momentos fue feliz.
Hoy su hijo se estaba inscribiendo en la universidad, desde hoy ella manejará el taxi y la sonrisa que el le dejo en su ultima noche de amor, no se le borrará nunca del rostro.
Ustedes se preguntaran, como se de los detalles, lo que decía en los diarios era muy poco. Tuve que ir al cementerio y preguntarle directamente a Daniel.


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lunes, 28 de diciembre de 2009

CAFÉ RIESCO




Sorbeteaba y olía su humeante brebaje, mientras que el tamborileo de sus dedos sobre la mesa, hacía ver lento el paso del segundero del viejo reloj mural.
Ya iba por su cuarto café, el péndulo avanzaba a paso de viejo, constantemente miraba su tictac y luego su teléfono, el que por costumbre llevaba en silencio.
Ya era la hora y el tiempo se detuvo.
En ese mismo instante, entraba un hombre alto, grande y ni siquiera la brisa que se coló junto con el por la puerta, fueron capaces de interrumpir ese momento.
Eran las diez.
Ella bajó la mirada y dejó su mano inquieta, inmóvil por un rato. Su celular seguía mudo.
El tiempo volvió a caminar, junto con el hombre grande que, con una amplia sonrisa en el rostro, se comenzó a acercar.
Pasó junto a ella sin parecer reconocerla, se sentó junto a unas personas de la mesa de al lado.
Ellos reían y bromeaban, parecían ser compañeros de trabajo en el happy hour.
El café se enfriaba y la dueña del lugar comenzaba a impacientarse con este cliente que ocupaba mucho espacio en su local comparado con su consumo.
Las estanterias estaban adornadas de cosas viejas o que parecían serlo y el ocre de los muros contrastaba con unos manteles rojos. Los colores del lugar, los objetos antiguos y la mezcla de olores, llamaban a la somnolencia y le hicieron caer en cuenta del cansancio del día, pero ella persistía en quedarse.
Los ojos se le cerraban, ya era bastante tarde y por más que detuvo el tiempo, pasó frente a sus ojos, veloz.
Era hora de volver a casa.
Las personas de la mesa de al lado, algo ebrias también se retiraban.
El hombre grande ayudó a incorporar a una de sus acompañantes, pero no salió de inmediato, se detuvo un momento junto a la mesa de ella y le murmuro
- ¿Nunca volveremos a la normalidad?
Ella se sonrió, tomo su bolso y sin mirarle respondió.
- Ese es el problema de que ambos sigamos viviendo en este pueblo. Es demasiado pequeño.
Salió respirando tranquila por la puerta, él se apresuró agitado para seguirla.
Ya fuera, el viento frio le obligó a ponerse el abrigo que llevaba en su regazo. Mientras se lo ponía, la alcanzó quedando uno frente a otro.
La miraba con cara de no entender. Ella solo atino a decir
- No, no era a ti a quien esperaba. Ni siquiera sabía que vendrías, de ser así, hubiese esperado en otro sitio. Lo siento.
Burlonamente le respodió
- Entonces te ha plantado. Yo nunca dejaría que eso pasara.
Ella arrugo el ceño y volvió a mirar su celular. No tenía llamadas perdidas ni mensajes sin leer. La sonrisa se le fue del rostro.
En silencio se colgó la cartera al hombro y tomó el primer colectivo a casa.
El hombre grande, se quedo parado en la fría esquina, observando como el vehículo se iba.
En el minuto que ella se sentó, comenzó a vibrar su celular.

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jueves, 17 de diciembre de 2009

Llorona



Las chácharas bien parlamentadas
ya son cosa del pasado.
Cuando dejas de dialogar con tu rosa
y te dedicas a las flores menores
algo se rompe.
La Eschscholzia californica
Esa que recoges en otros jardines
o en las veras de tus caminos
se llevan lo mejor de tu día

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Claro que son momentos difíciles
Quien mejor que la de los estigmas te lo diga
Pero es lo que hay
En el camino de la vida
Muchos se quedan tirados
Guata al sol
Olvidados hasta por los buitres


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Se que escribo como la mona,
ya me lo dijeron una vez,
aunque la mona tenga un Montblanc
para el cual esta navidad tampoco alcanza.
Igual me quedo con la tinta chorrea que chorea
los espacios de las memorias
Olvidada.



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Alguna vez te creíste rosa
hoy lloras por querer ser amapola
Humana simplemente humana
y no lo suficientemente inteligente
para superar vallas



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Las fotos, aquellas fotos
ni siquiera las en blanco y negro
te devolverán a los días
de las preocupaciones tontas
de los segundos eternos
en que el tiempo no importaba
ni la guadaña te rondaba en cada rincón



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Lo dicho
la poesía no es lo mío
ni lo tuyo
ni lo de ellos
la poesía
es solo caldo de cultivo
para suicidas, románticos y llorones

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