viernes, 9 de diciembre de 2011

El desequilibrio como fuente de dolor

Cuando nos sucede algo doloroso o traumático estamos enfrentados a la responsabilidad personal que tuvimos en los hechos. Genéricamente existen dos tipos de respuestas: las externalizadoras de la responsabilidad y las internalizadoras, propias de personas que se hacen cargo de su porción de responsabilidad en la génesis y desarrollo de una crisis o problema.

Quienes ponen afuera la responsabilidad de lo traumático, suelen aludir a la mala suerte, a la voluntad de Dios o a echarle la culpa a un tercero. Asumen actitud de víctima. Esto “me pasó”, estaba escrito en el destino y me iba a suceder sí o sí. De esto modo, cercano a un guión de vida predestinado, soy una especie de marioneta de las circunstancias o de un Dios castigador que me pasa la cuenta por mis actos destructivos.

Cuando miro la vida desde la atribución externa de las causas, no me hago cargo de mi porción de responsabilidad y dejo pasar el aprendizaje que había en ese dolor específico. La vida me dio la posibilidad de avanzar, pero la dejé pasar. Probablemente no quiero mirar, estoy cansado y no quiero más responsabilidades. Se instalan la auto victimización y la autocompasión, dos enemigos acérrimos del aprendizaje, la automaestría y el avance personal.

Cuando miró los hechos dolorosos desde el locus de control interno y me hago cargo de mis responsabilidades en los hechos dolorosos, me pregunto por los errores que cometí. ¿Qué hice yo para que sucediera lo que sucedió? No es perspectiva flagelante. Es una mirada de coraje que indaga la realidad de frente y no esquiva los hechos dolorosos. Primero, mirar los hechos y las evidencias, fenomenológicamente. Luego vendrán las interpretaciones y juicios de por qué y para qué ocurrió ese dolor.

Quienes se hacen cargo de su responsabilidad tienen la gran oportunidad de examinarse y auto conocerse, identificar qué conductas o qué patrones de conductas son los que ayudaron a la generación del problema, preguntarse por los motivos de la propia conducta y concluir, desapasionadamente, con una conciencia de la propia responsabilidad en los hechos.


El hecho doloroso, el accidente, el trauma, la pérdida o la crisis ya sucedieron. Eso no es modificable. Lo que es modificable, y que determina cómo actuaré, es cómo significo e interpreto las causas y el sentido de lo sucedido. Revisemos al menos dos planos: el afectivo y el cognitivo.


Como señala Anzorena en su libro “Maestría Personal”, afectivamente son cuatro las respuestas que puedo generar, dependiendo de dos variables:
Mi juicio sobre el dolor que viví: el escenario 1 es si lo que ocurrió fue inevitable y yo genero un juicio de imposibilidad, es decir, no pude hacer nada; el escenario 2 es si considero que pude tener la posibilidad de hacer algo.
Mi aceptación o rechazo del hecho doloroso.

Si rechazo el dolor ocurrido, generaré amargura, resentimiento e impotencia, conectando con la victimización y la búsqueda de causas afuera o en el pasado. El resultado es que el desarrollo y avance de mi vida tiende a detenerse, pues quedo atrapado en un punto muerto, una arena movediza que me impide moverme. Mi vida se detiene.


La clave está en aceptar lo sucedido, aunque haya sido inevitable. Sólo la aceptación y el perdón a mí mismo y a otros son lo que nos permiten arribar a la paz, la serenidad, el entusiasmo y la autoconfianza para continuar el camino de la vida, dejando atrás el dolor, desde la aceptación, luego de la indagación realista de lo sucedido y las conclusiones del aprendizaje que obtuve de ese dolor.


Si pude hacer algo, la pregunta es qué de diferente quiero hacer en una próxima situación similar, qué quiero hacer que esta vez no hice, para que las consecuencias sean distintas. Si fue inevitable, emerge la pregunta trascendente del sentido: ¿para qué sucedió eso?, ¿qué mensaje me está enviando la vida y qué necesito escuchar para aprender y seguir avanzando hacia una vida más equilibrada y constructiva?


Lo cognitivo se nutre de estas respuestas afectivas y procesa las interpretaciones, conclusiones y juicios en concordancia con la emoción sentida. La mente al servicio de los afectos, como demuestran las investigaciones de Kanheman, y no al revés, como aún cree mucha gente.


Necesariamente nos hacemos las preguntas de las causas. ¿Qué produjo este dolor?, ¿quién lo causó? Aquí quiero ofrecer una posibilidad diferente de mirar las causas de los dolores, no muy popular por la obligatoriedad de asumir la propia responsabilidad que implica. Los accidentes, crisis y dolores de la vida (el desequilibrio en lo externo) es consecuencia causal de la inarmonía interna. Desde la ley de causa y efecto, o si se prefiere la sintonía o no del nivel energético, si estoy viviendo en energía discordante, negatividad, mirada despreciativa del mundo y baja vibración, esa energía interior “llama” a que los actos externos operen consistentemente en el mismo nivel. Sabemos que nada sucede al azar, por lo que mi desbalance cognitivo, afectivo, corporal y/o espiritual terminará generando accidentes, problemas, quiebres y dolores.


Alguien podrá preguntar: ¿me estás diciendo que incluso algo tan inevitable como una muerte en un accidente, tiene sus causas en la conjunción de energías discordantes de una persona o un grupo de personas? Así es. La casualidad no existe. Existe la coherencia entre mi nivel de equilibrio-desequilibrio afectivo interno y los actos que ocurren en el mundo externo.


Por lo mismo, el dolor es causado por desequilibrio interno, tanto como la armonía y la pureza son consecuencia del logro del equilibrio interno. Como es adentro es afuera. Mientras más equilibrio logro en mi ser interior, mejores resultados en mi mundo exterior. Esa es la dirección causal de los hechos.


La clave es trabajar activamente el equilibrio interior, sosteniendo la energía positiva, drenando y reduciendo la energía negativa, y actuando con imágenes mentales constructivas para mí y para los otros. Si visualizo lo armónico y constructivo, son muy altas las probabilidades de que mis mecanismos psicológicos y los mecanismos energéticos de los grupos se alineen para producir un resultado benéfico.

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