domingo, 27 de noviembre de 2016

Es Fácil ser Valiente en Democracia

Ud. 

Por no vivir en la Jose María Caro
O por no ser apuntado con metralla
O por no haber aprendido a chutear lacrimogenas
frente de la facultad de medicina

Por no estar en marchas cuando las balas silvaban

Por no repartir el pan faltante en las mesas
Por no proteger en casa, perseguidos.

O no ser exiliado con dolor
O destruido la rotula a mazazos

No, eso no le invalida
Solo lo transforma en poeta
Valiente en democracia

Conociendo a Karina

Mis padres se ganaron la beca Pinochet en el 74 y aunque nací en Chile parte de mi niñez la pasé en Francia.

En un comienzo fuimos bien recibidos, pero despues empezamos a molestar

Es por ello que mi padre y madre decidieron irse a Cuba. Muchos compañeros ya estaban allá.

Mi niñez fue tranquila, nosotros nunca sufrimos de obesidad como hoy pasa con los niños en Chile. Todo estaba racionado

Ir al colegio era un placer, desde pequeños estabamos informados acerca de las atrocidades del capitalismo y el comandante Fidel daba el ejemplo en todo. 

Aun recuerdo la vez en que en una facultad les fue mal en una prueba y Fidel la dio, sacando sobresaliente, para dar el ejemplo de que nada era imposible.

Sus discursos libertarios llenaron nuestros oidos y los de mis padres

La vida se puso triste cuando mi padre se fue a Chile, a organizar a los compañeros y la resistencia armada contra Pinochet.

Mi madre se quedo con nosotros en la isla y las noticias eras desalentadoras.

Un día no tuvimos más noticias de mi padre.

Entonces, mi madre decidio volver a Chile a continuar la tarea.

Nosotros nos quedariamos con unos compañeros que como no estaban hechos para la lucha armada, cuidarian de los hijos de los que si.

Ese fue mi primer acercamiento al altruismo de izquierda

Nuestra familia postiza, recibia aporte por nosotros, sin embargo y considerando el racionamiento ellos priorizaban a sus propios hijos, desde la comida para abajo.

Tiempo despues volvio mi madre y al poco andar la democracia a nuestro país, así como nosotros

Es por eso que no creo en el comunismo, socialismo ni nada. Todos buscan el propio bienestar y si pueden se joden al del lado. 

Es un problema no de régimen politico, es un tema de humanidad.

Mi padre nunca apareció y hoy ¿quienes se preocupan de eso? 

Los compañeros tienen auto último modelo y los artistas chupan teta estatal socialista.

Dedicado a mi amiga Karina con quien armamos el POP. Partido de Oposición Permanente.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Gabriela Mistral

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero…? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenaronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos… vibró un beso,
y qué viste después…? Sangre en mis labios.

Yo te enseñe a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Varios

En mi viaje
A diario busco la montaña
Cubierta por la niebla
Nacida en mundo de rocio

...........................

solo rocío
es el mundo, rocio
y sin embargo…

haiku de Kobayashi Issa, poeta japonés (1763-1827)

.............................

Mi jardín cubierto de hojas ocre
No recuerdan las flores bajo ellas
Hoy sopla el viento

...........................

Falsas ventanas
A jardines ajenos
Polvo se acumula sobre tu escritorio

............................

En cada ventana veo un mundo
Que me lleva a mi mundo

..................................

Mi pintura estaba lista. Fue lo mejor que he hecho en años.
Cuando se la mostré, el le dio un par de brochazos más
Quedo fantástico, pero ya no era yo.

martes, 22 de noviembre de 2016

¿Que es de Gabriel?

¿Que es de Gabriel?
Me preguntaste

Esta bajo tierra
Con su puño en alto
Enarbolando una bandera libertaria
Esta fantasma
En poesia dolorosa
Amenazante
Esta caminando hacia el colegio
Esta maltratando niñas

Si lo buscas
No le encuentras
Al poeta se lo trago la tierra
El pintor lo mato a brochazos
El artista nos asesino a todos
De un solo batacazo

Le sigue la PDI
La memoria frágil
Le persigue el tiempo que se detuvo
en la película de su vida

El profe se pasó de madres!

Y una tan obediente
Me dijo escribelo
si te duele tanto
Y heme aquí
Junto a la trementina
Boca abajo y sangrando

Porque ni el rocío le conoce como yo
Teman a su alma oscura

PS: creo que mantiene su número
Prueba tu por ahí
Yo no le desbloqueo ni cantando

Poema de Leo Lobos


Temor

La mejor parte es sentirse vivo pintando y la peor es necesitar hacer pinturas para sentirse vivo 
Geoffrey Lawrence

Reverencia emocionada
cuando todo
deje
de
importar
cuando todo este oscuro
cuando todo este perdido

Que la musa te toque con sus
dedos la espalda
y te empuje al camino

Que la frialdad de las ciudades
que la rosa de la nada
que el fango inmóvil
que la arena movediza del desierto
no borre la tristeza de tinta
que ha de alcanzar el agua

Y sea aire movido por los labios
una
vez
más

San Pedro de Atacama, Chile, 2009

Axioma 1


¿Que hago nuevamente malgastando la palabra?

Buscando silencios ruiseñores
como escribiente que memoriza
hilvanando el tiempo a puntadas

Estoy en la hora mística
Del sentir que es relativo
En que la mente privilegiada
Holgazanea de lo lindo

Solo en nada

Y mi nuevo axioma es
Escribo, luego pienso
Para que me pregunten
Por mi hermana tia y abuela

En verdad un ser humano no puede disfrazarse de poeta
Y todo es tan
No escribas
No pintes
No no

Y la roncha que subyace en la piel
Surge nuevamente
Como araña ocre rindiendo cuentas
Mordiendo fuerte a nivel del tálamo

Me tienen contra las cuerdas

domingo, 20 de noviembre de 2016

CHICAGO "CELL BLOCK TANGO" Stratford Playhouse

He had it coming, he had it coming
He took a flower in its prime
And then he used it and he abused it
It was a murder but not a crime



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Cariño Malo

Había pasado muchos días sin noticias de él, muchos días. Silencio, solo silencio y nada.
A diario salía de su casa al trabajo, pensando donde estaría y en cuanto le extrañaba a pesar de todo. Pero, no le llamaría, tenía demasiado miedo después de la última vez que se vieron.
Había sido una discusión completamente estúpida, sin razón, ni razonamiento, de acusaciones mutuas, de desconfianzas crueles. Aquella noche ella decidió, es el fin.
Estaba mal y se acordaba poco de lo malo, aun le latía fuerte el corazón al rememorar momentos juntos.
Desconfiadas y crédulas fueron sus miradas jóvenes, una muy rara combinación entre genialidad y locura, rareza que los atrajo mutuamente hacía años.
Ambos estudiaban en el campus oriente. Provenían de familias acomodadas y vidas tranquilas, chicos sin problemas.
Cada uno a su manera vivía en constante insatisfacción, desde lo que hacían hasta quienes les rodeaban.
El, llevaba diez años estudiando letras, buscando, buscando algo que llenase su vida, era un hoyo negro que absorbió la energía de ella cuando le encontró.
“El ser humano es un ente vacío en eterna búsqueda de llenar dicho vacío” le dijo. Era su frase favorita para atraer a las novatas.
Se encontraron en un bar cercano al campus, calle abajo, mientras se tomaban un vino tinto junto a compañeros viejos y novatos.
El, hablaba de haber conocido a Jorge Teillier cuando recién entró a la facultad y de haber compartido tomando unas copas, tenían una difusa charla, lo que le transformaba en una leyenda.
Y así, sus vacíos se encontraron una tarde de abril y se fueron devorando, hasta un día de verano, siete años después, en su última discusión.
Esa mañana, nuevamente habían reñido por lo de siempre, lo complicado de vivir juntos, por lo difícil que era seguir siendo el, que no podía estar ahogándose con ella, que lo más importante era su obra.
Llevaba 3 años intentando terminar un libro y las hojas sueltas de los capítulos llenaban la casa, al igual que las botellas de vino.
Esa mañana puso música, comenzó a sonar Muse, sing for absolution, mientras le ataba las muñecas a un poste ubicado en medio del patio que daba a una parcela vecina.
-No sabes lo bella que puede verse la violencia si eliges bien la música.
Emprendió suavemente la tarea, primero cortándole los brazos y las piernas.
Ella, solo atinaba a lloriquear un poco, estaba aún atontada. Las lágrimas corrían por sus mejillas, la sangre fluía hasta tocar tierra, en tanto él le susurraba al oído:
-Sabes que eres a quien más amo y nunca te dejaré ir.
Con ternura le limpiaba las lágrimas y acariciaba el mentón con su mano derecha, donde tenía un grueso anillo de oro con una piedra color azul, ahora teñida de rojo, a causa del gran golpe en el rostro que le había propinado minutos antes.
Ese día, la dósis de ketamina que se inyectaba, había sido más elevada que de costumbre, así que la sesión de cortes no duró mucho.
Salió huyendo por la parcela de al lado desnudo, mientras orinaba los árboles que encontraba a su paso.
Ella, pasó toda esa tarde, atada a pleno sol, desmayada por el calor, más que por la pérdida de sangre, pues las heridas eran superficiales y mal practicadas.
Cuando pensaba en el y todo el tiempo que le esperó, le perdonaba y borraba de su disco duro esos y otros momentos. Aun le extrañaba, no estaba y le abrumaba no saber de él ni que contestara sus llamadas.
Ese día, caminando por el centro, se propuso que nunca más le llamaría.
Compró unas flores que colocaría en su jardín, apenas llegase a casa.
Al llegar, nuevamente comenzó su obsesión por llamarle y trato de espantarla de su mente trabajando, como siempre lo hacía.
Empezó por cavar en la parte de atrás de su casa, donde la tierra era apta para sus hortensias. Fue entonces que sonó su teléfono y su corazón empezó a acelerar, repicando en su mente, con cada ring, los cortes, golpes, la sangre y el dolor.
Tomo su teléfono, no lo miró, tampoco quiso contestar. Lo lanzó lejos y se llevó la mano al rostro, aun hinchado por los golpes de aquel día.
Un grito que no quiso salir de su garganta, se le quedo ahí atascado, cuando, entre la tierra, vio aparecer unos dedos y finalmente una mano, con el anillo de oro y la piedra color azul.




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sábado, 19 de noviembre de 2016

RELATOS DE UNA MOSCA CON OJOS ARREPENTIDOS


Y cito:

"He aquí al artista
con sus trajes estupendos,
y una sonrisa tímida,
de patrón de feudo,
de aquí te las traigo Pedro
y otras hierbas parecidas,
he aquí al que compone versos,
con arreglo a sus propios bigotes. "
...............................

Bigotes que delicadamente se recorta de vez en cuando; esos bigotitos que se le ven tan monos con su gran papada apareciendo.
Por que en la escritura, nada tiene que ver con nadie. Pero, un insulto es un insulto.
Esto que escribo es un agravio, pues, horror de horrores, no sea que, los dioses poetas del Olimpo, se me espanten, porque estampo aquí unas letritas.
No señores, yo no escribo. No! yo vomito.
No tengo proceso creativo, por eso no se, no tengo la más mínima idea de que significa escribir.
Algo así escuche de un dios poeta.
Como no tengo idea de nada, tampoco se de lo que gritan a los vientos: los escribientes se arreglan los bigotes y lloriquean las hormonas vía tinta y papel.
No tengo parpados, y no se lo que es llorar… mis ojos los froto con mis patas para mantenerlos limpios y seguir observando.
No debo llorar para limpiarlos desde dentro, aunque, los humanos se los lavan bien seguido señor poeta.
No tengo idea, ni idea, de si los poetas cuando escriben, en verdad no hablan de si mismos o de sus musas. A veces es todo fantasía, me han contado.
Yo solo observo con mis ojos compuestos y se descomponen cada vez que ven tanta maravilla, también por las mentiras y arreglos de bigotes.
En ocasiones, cuando la luz se refleja sobre mis ojos, puedo formar un arco iris.
No soy bonita, las mariposas están para eso.
Las mariposas...
Si los humanos recordaran todo lo que devoran esas coquetas antes de ser pupa y no se obnubilaran cuando expanden aquellas alas, que distinto sería todo.
Tienen ojos, pero no ven que son bestias devoradoras e inútiles. Pero que importa si sirven o no, son hermosas, es-té-ti-cas.
En cambio, yo soy parte del ciclo biológico, un fiel soldado de la vida, pero, vomito y todo lo que provoco es nausea, asco.
Quizás por eso es que no escribo.
Mil perdones por ofender su espacio y reitero, yo no se de procesos creativos. Echar fuera, es el principio del verbo.

Atte.
Una mosca.

PD: Dejo mi fotografía, por si le interesa mantener correspondencia con su servidora.




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Súper Luna


Es 13 de noviembre y en todos los noticieros anuncian que nos acompañará una luna brillante y enorme.
Salí al patio para ver el espectáculo, sentir la brisa y respirar profundo.
Tuve la visión de un pájaro atravesando el cielo, pero chocaba abruptamente con la luna tiñéndola de rojo.
Me encuentro sola y con todo en silencio intentando escuchar los sonidos nocturnos, sin embargo en la casa del lado, la conversación va subiendo de tono hasta llegar a los gritos y llanto.
El miedo me paraliza, el corazón se me desboca latiendo a mil. Sentada en el sillón de la terraza, llevo mis rodillas al pecho, abrazo mis piernas que tiemblan. Mis zapatos rechinan, guardo silencio y lloro por mi ojo amoratado.
Fui valiente, llamé a la policía, pero no llegaron hasta una hora después de los disparos.






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Mala

Desde hoy soy Margo, solo Margo
Murió la tonta util, la que no se queja, la que cada día se pone la sonrisa de Pagliacci.
40 años que hasta hace poco no me pesaban, me han caído encima, junto a tanta decepción.
Todo el mundo esta mañana sonríe, da los buenos días y pregunta como estas. Les respondo con una sonrisa, muy bien gracias y sigo con mi trabajo.
Quiero llorar, gritar, patalear como si fuese una cría.
Los ojos hinchados por la falta de sueño, no me dejan ver bien el teclado.
Tengo los audífonos puestos escuchando spotify y le odio, pues todas las canciones pareciesen tener hipo.
Entonces me pongo a pensar en lo mala que he sido.
Mala por dejar a mi marido, después de la vez que me lanzó la estufa encendida en un arranque de ira.
Mala, por dejar que se llevase a nuestro hijo, porque creía que de ese modo, no se olvidaría de ser padre.
Mala por trasnochar, tomar café, fumar cigarrillos, bajar 20 kilos y parecer un esqueleto
Mala por no comer, mala por vomitar, mala por escribir, mala por pintar y que me quedase aceptable para un artista
Mala poeta, mala prosista
Mala por ir al gimnasio hasta desmayar
Mala por no importarme
Eso hasta que me arrepentí, al ver que la única persona que amaba sinceramente, pasándolo mal, pues su padre no tenía experiencia en cuidar de otros y le estaba abandonando.
Entonces fui más mala aun y me puse en la tarea de buscar colegio, en mi ciudad, buscar una casa, para finalmente traerlo conmigo, pues el departamento amoblado en que vivía, no era suficientemente bueno.
Realmente soy una mala mujer, por eso me gané de vuelta un juicio por tuición
Creo que solo puedo ser una madre promedio, o como me decía Gabo, soy también una mala madre.
Entonces, para el resto he sido mala todo el tiempo, mala e inservible, una persona incapaz de mantener relación saludable con otro ser humano, cada día más estúpida, más tonta, más fea, más gorda, más vieja, más de menos. Una oficinista de la vida, sin trascendencia.
Entonces, me pregunto, si todas mis decisiones han sido erradas, lo mejor será volver a ser la mala, pero mala de verdad. Abandonarme del todo, dejar de ser amable, tratar de no agradar a todos, pues de todos modos igualmente seré la mala.
Hoy, un tipo que necesitaba sentirse superior, me basureo en el trabajo. Yo solo agache la cabeza y dejé que me agrediera. Le sonreí, se aburrió y se fue
De fondo suena Pharrel Williams con su "Happy"… y me doy cuenta que no puedo ser más mala.




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viernes, 18 de noviembre de 2016

Sia - Alive (Traducción en Español) HD

Soy un ángel de alas rotas, cuya daga del amor empuño miserable, sin remordimiento alguno. Saco corazones de un mordisco y los escupo por ahí, en medio del desierto.
Por ello me castigo y destrozo las alitas, me desplumo poco a poco, ya no quiero volar más allá de mi imaginación… quiero quedarme ahí, nada de aterrizar, ya me fui de ese mundo alguna vez.
La vida misma me ha enseñado que no soy de este universo y vivo hecha una paria entre mis congéneres, pero al menos intento acostumbrarme.
Inclusive la muerte me ha rechazado en innumerables ocasiones, siempre entre fierros retorcidos de algún vehículo maltrecho.
La parca se acerco sigilosa en febrero, y me dijo susurrando al oído:
-“la próxima vez será, cuando crezcan tus plumitas…”
Ahora, sola, con este remedo de alas, la poesía es la única puerta que logra conectarme con mi esencia angélica y aquel mundo insondable del cual vine...
Mientras tanto, sigo empuñando y haciendo sangrar…







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DE QUE HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE AMOR. R.Carver

Estaba hablando mi amigo Mel McGinnis. 
-Mel McGinnis es cardiólogo, y eso le da a veces derecho a hacerlo.Estábamos los cuatro sentados a la mesa de la cocina de su casa, bebiendo ginebra. El sol, que entraba por el ventanal de detrás del fregadero, inundaba la cocina. Estábamos Mel y yo y su segunda mujer, Teresa –la llamábamos Terri- y Laura, mi mujer. Entonces vivíamos en Alburquerque. Pero todos éramos de otra parte.
            Había un cubo con hielo encima de la mesa. La ginebra y la tónica circulaban sin parar, y surgió no sé cómo el tema del amor. Mel opinaba que el verdadero amor no era otra cosa que el amor espiritual. Dijo que se había pasado cinco años en un seminario antes de salirse para estudiar medicina. Dijo que aún recordaba aquellos años del seminario como los más importantes de su vida.
            Terri dijo que el hombre con quien vivía antes de vivir con Mel la quería tanto que había intentado matarla. Luego continuó:
            -Una noche me dio una paliza. Me arrastró por toda la sala tirando de mis tobillos. Y me decía una y otra vez: Y mi cabeza no paraba de golpear contra las cosas. –Terri nos miró-. ¿Qué se puede hacer con un amor así?
            Era una mujer de huesos finos y cara bonita, ojos oscuros y una melena castaña que le caía por la espalda.
            Le gustaban los collares de turquesas y los pendientes largos.
            -Dios mío, no seas boba. Eso no es amor, y tú lo sabes –dijo Mel-. No sé cómo podríamos llamarlo, pero estoy seguro de que no debemos llamarlo amor.
            -Tú dirás lo que quieras, pero sé que era amor –protestó Terri-. Puede sonarte a disparate, pero es verdad. La gente es diferente, Mel. Algunas veces actuaba como un loco, es cierto. Lo admito. Pero me amaba. A su modo, quizá pero me amaba. En todo aquello había amor, Mel. No digas que no.
            Mel suspiró. Levantó el vaso y se volvió a Laura y a mí.
            -Me amenazó con matarme –dijo. Apuró el vaso y alargó la mano hacia la botella de ginebra-. Terri es una romántica. Terri es de la escuela de dame una patada-y-así-sabré-que-me amas. Terri, cariño, no pongas esa cara.
            -Mel alargó la mano por encima de la mesa y tocó la mejilla de Terri con los dedos. Y le sonrió.
            -Ahora quiere arreglarlo –dijo Terri.
            -¿Arreglar qué? –saltó Mel-. ¿Qué es lo que tengo que arreglar? Yo sé lo que sé. Eso es todo.
            -De todas formas, ¿cómo nos hemos puesto a hablar de esto? –Terri llevantó el vaso, bebió y añadió-: Mel siempre tiene metido el amor en la cabeza. ¿No es verdad cariño? –sonrió. Pensé que el tema iba a quedar zanjado.
            -Yo no llamaría amor al comportamiento de Ed. Eso es lo único que he dicho, cariño –puntualizó Mel-. ¿Y qué opináis vosotros) –Mel se dirigía a Laura y a mí-. ¿Os parece que eso es amor?
            -No soy la persona más apropiada para responder –respondí yo-. Ni siquiera conocí a ese Ed. Sólo lo he oído mencionar de pasada. No me atrevo a juzgarle. Tendría que conocer los detalles. Pero creo que lo que estás diciendo es que el amor es un absoluto.
            Mel aclaró:
            -Lo es el tipo de amor al que me refiero. El tipo de amor al que me refiero no te lleva a intentar matar gente. Laura intervino:
            -Yo no sé nada de Ed ni de la situación. Pero ¿quién puede juzgar la situación de otro?
            Toqué el dorso de la mano de Laura. Me envió una rápida sonrisa. Le cogí la mano. Estaba cálida: las uñas pulidas: una perfecta manicura. Rodeé su ancha muñeca con los dedos, y la abracé.

            -Cuando me fui, se tomó un matarratas –explicó Terri. Se apretó los brazos con las manos-. Lo llevaron al hospital de Santa Fe. Vivíamos allí entonces, a unas diez millas. Le salvaron la vida pero se le enloquecieron las encías. Quiero decir que era como si se le separaran de los dientes. Desde entonces, los dientes le sobresalían, como colmillos. Dios mío –suspiró Terri. Aguardó unos instantes; luego se soltó los brazos y cogió el vaso.
            -¡Qué cosas llega a hacer la gente! –exclamó Laura.
            -Ahora está fuera de juego –dijo Mel-. Murió.
            Mel me pasó el plato de limas. Cogí un trozo. Lo exprimí en mi vaso y removí los cubitos con los dedos.
            -Es más grave que eso –dijo Terri-. Se pegó un tiro en la boca. Pero tampoco le salió bien. Pobre Ed –Sacudió la cabeza.
            -Ni pobre Ed ni nada –dijo Mel-. Era peligroso.
            Mel tenía cuarenta y cinco años. Era alto y ágil y tenía el pelo rizado y suave. Cara y brazos bronceados por el tenis. Cuando estaba sobrio, sus gestos, sus movimientos, eran precisos, en extremo cuidadosos.
            -Pero me amaba, Mel. Concédeme eso –insistió Terri-. Es lo único que te pido. No me amaba de la forma que tú me amas. No estoy diciendo eso. Pero me amaba. Podrás concederme eso, ¿no?
            -¿Qué quieres decir con que no le salió bien? –pregunté.
            Laura se inclinó hacia delante con el vaso. Apoyó los codos sobre la mesa y sostuvo el vaso con ambas manos. Miró a Mel y luego a Terri, y aguardó con expresión de perplejidad en su cara franca, como si se asombrara de que tales cosas les pudieran suceder a los amigos.
            -¿Cómo dices que le salió mal si se mató? –inquirí.
            -Te lo contaré yo –dijo Mel-. Cogió su pistola del veintidós, la que se había comprado para amenazarnos a Terri y a mí. Hablo en serio, ese hombre siempre estaba amenazándonos. Deberías haber visto el tipo de vida que llevábamos entonces. Éramos como fugitivos. Hasta yo me compré una pistola. ¿Podéis creerlo? ¡Un tipo como yo! Pero lo  hice. Me la compré para defenderme, y la llevaba en la guantera. A veces tenía que salir del apartamento en mitad de la noche. Para ir al hospital, ya sabéis. Terri y yo no nos habíamos casado todavía, y mi primera mujer se había quedado con la casa y los chicos, con el perro, con todo. Y Terri y yo vivíamos en este apartamento. A veces, como digo, me llamaban en mitad de la noche y tenía que ir al hospital a las dos o las tres de la madrugada. El aparcamiento estaba completamente oscuro, y antes de llegar al coche me ponía a sudar. Nunca sabía si iba a salir de unos arbustos o de detrás de un coche y empezar a dispararme. Quiero decir que ese hombre estaba loco. Era capaz de ponerte una bomba, de cualquier cosa. Llamaba al servicio médico a todas horas, y decía que necesitaba hablar con el doctor, y cuando me ponía al aparato me decía: Y nimiedades por el estilo. Era algo que daba miedo. Creedme.
            -A mí me sigue dando lástima –confesó Terri.
            -Parece una pesadilla –dijo Laura-. ¿Pero qué sucedió exactamente después de que se pegara el tiro?
            Laura es secretaria jurídica. Nos habíamos conocido en el campo profesional. Y antes que nos diéramos cuenta éramos novios. Tiene treinta y cinco años, tres menos que yo. Además de estar enamorados nos gustamos y disfrutamos de nuestra mutua compañía. Es una mujer con la que es fácil llevarse bien.

            -¿Qué sucedió? –insistió Laura.
            Mel explicó:
            -Se pegó un tiro en la boca, en su cuarto. Alguien oyó el disparo y avisó al gerente. Entraron con una llave maestra y vieron lo que pasaba y llamaron una ambulancia. Coincidió que yo estaba allí cuando lo llevaron, pero su estado era irreversible. Vivió tres días. La cabeza se le hinchó, se le puso de tamaño doble al de una cabeza normal. Nunca había visto nada semejante, y espero no volver a verlo. Terri, al enterarse, quiso ir al hospital para estar con él. Reñimos por culpa de eso. Yo opinaba que no debía verlo en aquel estado. Pensaba que no debía verlo, y sigo pensando lo mismo.
            -¿Quién se salió con la suya? –dijo Laura.
            -Yo estaba con él en su habitación cuando murió –precisó Terri-. No recuperó el conocimiento en ningún momento. Pero me quedé con él. No tenía a nadie más.
            -Era peligroso –dijo Mel-. Si quieres llamarlo amor, allá tú.
            -Era amor –repitió Terri-. Ya sé que era un amor anormal para la mayoría de la gente. Pero estaba dispuesto a morir por su amor. Murió por él.
            -Pues para mí eso no era amor, puedes estar segura –dijo Mel-. Lo que quiero decir es que nadie sabe por qué lo hizo. He visto muchos suicidas, y en mi opinión nadie ha sabido nunca por qué lo hicieron.
            Mel se puso las manos en la nuca e inclinó la silla hacia atrás.
            -No me interesa ese tipo de amor –declaró-. Si para ti eso es amor, allá tú.
            Terri explicó:
            -Estábamos asustados. Mel incluso hizo testamento, y escribió a su hermano, que había sido Boina Verde y vivía en California, diciéndole a quién debía buscar si algo le sucedía.
            Terri bebió de su vaso. Prosiguió:
            -Pero Mel tiene razón: vivíamos como fugitivos. Teníamos miedo. Mel tenía miedo, ¿verdad, cariño? Yo, llegado cierto momento, hasta llamé a la policía, pero no sirvió de nada. Me aseguraron que no podían actuar mientras Ed no hiciera algo concreto. ¿No tiene gracia? –dijo Terri.
            Se sirvió lo que quedaba de ginebra y agitó la botella. Mel se levantó y fue al aparador. Sacó otra botella.

            -Bien, Nick y yo sabemos lo que es amor –dijo Laura-. Para nosotros, por lo menos. –Laura me dio un golpecito en la rodilla con la suya-. Se supone que ahora debes decir algo –insinuó, y se volvió hacia mí sonriendo.
            A modo de respuesta, cogí la mano de Laura y me la llevé a los labios. La besé con gran fruición y vehemencia. Todos mostraron su regocijo.
            -Somos afortunados –declaré.
            -Eh, chicos –exclamó Terri-. Dejadlo. Me estáis poniendo mala. Aún seguís en la luna de miel, santo Dios. Aún seguís alejados, ¿será posible? Pero ya veréis. ¿Cuánto tiempo lleváis juntos? ¿Cuánto tiempo hace? ¿Un año? ¿Más de un año?
            -Un año y medio –contestó Laura, ruborizada y sonriente.
            -Oh, vaya –dijo Terri-. Pues esperad un poco. Levantó el vaso y miró a Laura.
            -Sólo estoy bromeando –puntualizó Terri.
            Mel abrió la botella y nos sirvió ginebra
            -Vamos, muchachos –intervino-. Brindemos. Quiero proponer un brindis. Un brindis por el amor. Por el amor verdadero.
            Hicimos chocar los vasos.
            -Por el amor –coreamos.

            Fuera, en el patio, empezó a ladrar uno de los perros. Las hojas del álamo temblón que pendían al otro lado de la ventana golpeaban tenuemente el cristal. El sol de la tarde era como una presencia en la cocina: la ancha luz de la calma y la generosidad. Podríamos haber estado en cualquier otro lugar, en algún lugar encantado. Volvimos a alzar los vasos y nos sonreímos unos  a otros como niños que han pactado algo prohibido.
            -Voy a explicaros lo que es el amor verdadero –dijo Mel-. Voy a poneros un buen ejemplo. Luego podréis sacar vuestras propias conclusiones. –Se sirvió ginebra. Añadió un cubito de hielo y una rodajita de lima. Esperamos, bebimos a pequeños sorbos. Laura y yo volvimos a juntar nuestras rodillas. Le puse la mano en el cálido muslo y la dejé allí encima.
            -¿Qué es lo que cualquiera de nosotros sabe realmente del amor? –dijo Mel?- creo que en el amor no somos más que participantes. Decimos que nos amamos, y nos amamos, no lo dudo. Yo amo a Terri y Terri me ama a mí, también vosotros os amáis. Ya sabéis a qué tipo de amor me refiero ahora. Al amor físico, ese impulso que te arrastra hacia alguien concreto, y al amor que inspira el ser de otra persona. La esencia de esa persona, podríamos decir. El amor carnal y, bueno, digamos el amor sentimental, ese cuidado cotidiano para con la otra persona. Pero a veces me resulta difícil explicarme el hecho de que también debí de amar a mi primera mujer. Pero la amé, sé que la amé. Así que supongo que soy como Terri a ese respecto. Como Terri y Ed. –Se quedó pensando en ello y luego continuó-: Hubo un tiempo en que creí que amaba a mi ex mujer más que a la propia vida. Pero ahora la aborrezco. De verdad. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué ha sido de aquel amor? Qué ha sido de él, eso es lo que quisiera yo saber. Me gustaría que alguien pudiera decírmelo. Ahí tenemos a Ed. De acuerdo, otra vez a Ed. Ama tanto a Terri que trata de matarla, y acaba matándose a sí mismo.
-Calló y bebió un trago de ginebra-. Vosotros lleváis juntos dieciocho meses, y os amáis. Se os nota en todo.
Rebosáis amor. Pero los dos habéis amado a otra gente antes de encontraros. Los dos habéis estado casados antes, igual que nosotros. Y probablemente habréis amado a otras personas antes de vuestro primer matrimonio. Terri y yo llevamos juntos cinco años, y casados cuatro. Y lo terrible, lo terrible, aunque también lo bueno, la gracia salvadora, podríamos decir, es que si algo nos pasara a alguno de nosotros, perdonadme que lo diga, si algo nos pasara a alguno de nosotros, mañana, creo que el otro, la otra persona, lo pasaría mal una temporada, entendéis, pero, luego, el que sobreviviese saldría y volvería a amar, tendría a alguien muy pronto. Y todo esto, todo el amor del que hablamos no sería sino un recuerdo. Y puede que ni siquiera un recuerdo.  ¿Me equivoco? ¿Estoy desbarrando? Porque quiero que me corrijáis si no estoy en lo cierto. Quiero saber. Porque no sé nada, ¿Entendéis? Y soy el primero en admitirlo.
            -Mel, por amor de Dios –intervino Terri. Se inclinó hacia él y le tomó de la muñeca-. ¿Ya la has cogido, cariño? ¿Estás borracho?
            -Cariño, solo estoy hablando –protestó Mel-. ¿Vale? No necesito estar borracho para decir lo que pienso. Estamos hablando, ¿no es eso? –dijo, y fijó la mirada en ella.
            -No te estoy criticando –aseguró Terri.
            Terri cogió su vaso.
            -Hoy no estoy de guardia –puntualizó Mel-. Permíteme que te lo recuerde. No estoy de guardia.
            -Mel, te queremos –dijo Laura.
            Mel miró a Laura. La miró como si no lograra situarla, como si no fuera la mujer que era.
            -Yo también te quiero, Laura –dijo Mel-. Y a ti, Nick. También te quiero a ti. ¿Sabéis una cosa? –se interrumpió-. Sois nuestros amigos –afirmó y cogió el vaso. 

            -Iba a contarnos algo –empezó Mel-. Bueno, iba a demostrar algo. Veréis: sucedió hace unos meses, pero sigue sucediendo en este mismo instante, y es algo que debería hacer que nos avergoncemos cuando hablamos como si supiéramos de qué hablamos cuando hablamos de amor.
            -Vamos, Mel –le regañó Terri-. No hables como si estuvieras borracho si no lo estás.
            -Cállate por una vez en la vida –le pidió Mel con suma calma-. ¿Me harás ese favor, sólo durante un minuto? Como iba diciendo, hay una vieja pareja que tuvo un accidente en la autopista interestatal. Un jovencito chocó con ellos y los dejó hechos mierda. Nadie les daba muchas probabilidades de salir con vida.
            Terri nos miró y luego miró a Mel. Parecía ansiosa, aunque quizá ésta sea una palabra demasiado fuerte.
            Mel nos pasaba la botella.
            -Yo estaba de guardia aquella noche –explicó- era mayo, o quizá junio. Terri y yo acabábamos de sentarnos a la mesa cuando llamaron del hospital. Era por lo de ese accidente de una interestatal. Un jovencito borracho, un quinceañero, había estrellado la camioneta de su papá contra el coche-caravana de los viejos. Tenían unos setenta y tantos años, los viejos. El chico dieciocho o diecinueve o algo así, murió al llegar al hospital. Se había hundido el volante en el esternón. La pareja de ancianos seguía con vida, ya veis. Bueno, malamente. Tenían de todo. Fracturas múltiples, heridas internas, hemorragias, contusiones, desgarrones, de todo… Y conmoción cerebral, los dos. Creedme, un estado lamentable. Y, claro está, la edad lo empeoraba todo. Creo que ella estaba bastante peor que él. Se le había reventado el bazo, para acabar de arreglarlo. Y tenía las dos rótulas fracturadas. Pero llevaban puestos los cinturones de seguridad, y bien sabe Dios que eso fue lo que les salvó de una muerte instantánea.
            -Chicos, he aquí un aviso del Consejo Nacional de Seguridad Vial. Vuestro portavoz, el doctor Melvin R. McGinnis, al habla –Terri rió-. Mel –prosiguió-, a veces demasiado. Pero te quiero, cariño.
            -Cariño, te quiero –declaró Mel.
            Adelantó el cuerpo por encima de la mesa. Terri fue a su encuentro. Se besaron.
             -Terri tiene razón –corroboró Mel, de nuevo en su silla-. Usad siempre los cinturones de seguridad. Pero hablando en serio, los viejos estaban muy mal. Cuando llegué abajo, el chico había muerto, como ya os he dicho. Estaba en un rincón, tendido en una camilla. Reconocí por encima a los viejos y le dije a la enfermera de urgencias que hiciera bajar inmediatamente a un neurólogo y a un traumatólogo y a un par de cirujanos.
            Bebió un trago de ginebra.
            -Trataré de no extenderme –continuó-. Los subimos al quirófano y estuvimos casi toda la noche con ellos. Qué increíble resistencia la de esos viejos. Raras veces se ve algo parecido. De modo que hicimos todo lo que estaba en nuestra mano, y al filo de la mañana les dábamos un cincuenta por ciento de probabilidades, quizá algo menos a ella. Y ahí los tenéis por la mañana, vivos. Bien, pues los instalamos en Vigilancia Intensiva, se pasaron dos semanas luchando por sobrevivir, mejorando poco a poco en todos los aspectos. Así que los trasladamos a una habitación.
            Mel hizo una pausa.
            -Venga –prosiguió-. Acabemos esta maldita ginebra barata. Y nos vamos a cenar, ¿de acuerdo? Terri y yo conocemos un sitio nuevo. Cenaremos allí, en ese sitio. Pero no nos moveremos hasta que acabemos esta maldita ginebra.
            Terri aclaró:
            -En realidad aún no hemos comido allí nunca. Pero tiene buen aspecto. Por fuera, quiero decir.
            -Me gusta comer –comentó Mel-. Si volviera a empezar de nuevo, me haría chef, ¿sabéis? ¿Te parece bien Terri?
            Rió. Hurgó en los cubitos de hielo con los dedos.
            -Terri lo sabe –explicó-. Terri puede contároslo. Pero dejad que os diga una cosa. Si pudiera volver a nacer, vivir una vida diferente, en un tiempo diferente y todo eso, ¿sabéis qué? Me gustaría ser un caballero andante. Uno tenía que sentirse muy seguro con aquellas armaduras. Tuvo que estar muy bien eso de ser caballero, hasta que inventaron la pólvora y los mosquetones y las pistolas.
            -A Mel le gustaría ir a caballo con la lanza en ristre –añadió Terri.
            -Y llevar siempre consigo un pañuelo de mujer –apostilló Laura.
            -O simplemente una mujer –redondeó Mel.
            -¿No te da vergüenza? –saltó Laura.
            Terri dijo:
            -Supón que volvieras a vivir y fueses un siervo. Los siervos no lo tenían tan fácil en aquellos tiempos.
            -Los siervos no lo han tenido nunca fácil –dijo Mel-. Pero imagino que hasta los caballeros eran vesallos[1] de alguien. ¿No era así como funcionaban las cosas? Pero incluso hoy todos somos siempre vesallos de alguien. ¿No es cierto? ¿Eh, Terri? Pero lo que me gusta de los caballeros, aparte de sus damas, es esa armadura que llevaban. No era nada fácil herirles. No había coches en aquel tiempo. No había jovencitos borrachos que te embistieran y te rompieran la crisma.

            -Vasallos –corrigió Terri.
            -¿Qué? –preguntó Mel.
            -Vasallos –repitió Terri-. Es vasallos, no vesallos.
            -Vasallos, vesallos –protestó Mel-. ¿Qué diferencia hay, mierda? Me has entendido, ¿no? Muy bien –reconoció-. No soy culto. He aprendido lo mío. Soy cirujano del corazón, perfecto, pero no soy más que un mecánico. Voy y me meto por allí y arreglo cosas. Mierda.
            -La modestia no te sienta bien –dijo Terri.
            -No es más que un humilde matasanos –intervine yo-. A veces, Mel, los caballeros se asfixiaban dentro de aquellas armaduras. Sufrían incluso ataques al corazón si las armaduras se calentaban en exceso, o si ellos estaban demasiado cansados y desfallecidos. He leído en alguna parte que a veces se caían del caballo y no podían levantarse, porque el cansancio les impedía mantenerse en pie con toda aquella armadura encima. Y a veces los pisoteaban sus propios caballos.
            -Terrible –exclamó Mel-. Es terrible, Nicky. Los imagino tendidos en el suelo, a la espera de que apareciera alguien y los convirtiera en pinchos morunos.
            Algún vesallo como ellos –dijo Terri.
            -Exacto –apoyó Mel-. Aparecería algún vasallo y atravesaría a los muy bastardos en nombre del amor. O en nombre de la jodida causa por la que lucharan en aquellos tiempos.
            -Las mismas por las que luchamos hoy en día –dijo Terri.
            Laura sentenció:
            -Nada ha cambiado.
            Las mejillas de Laura seguían subidas de color. Sus ojos brillaban. Se llevó el vaso a los labios.
            Mel se sirvió otra copa. Miró la etiqueta detenidamente, como si estudiara la larga hilera de números. Luego dejó la botella sobre la mesa, con lentitud, y alargó la mano despacio hacia el agua tónica.

            -¿Qué pasó con la pareja de ancianos? –quiso saber Laura-. No has acabado de contar la historia.
            Laura tenía dificultades para encender su cigarrillo. Las cerillas se le apagaban una y otra vez.
            La luz del sol, dentro de la cocina, era ahora diferente; cambiaba, se hacía más tenue. Pero las hojas del otro lado de la ventana seguían trémulas, y me puse a mirar las formas que dibujaban en los cristales y en el tablero de formica. No eran formas iguales, claro está.
            -¿Qué pasó con los viejos? –pregunté.
            -Más viejos pero más sabios –comentó Terri.
            Mel la miró con fijeza.
            Terri prosiguió:
            -Sigue con la historia, cariño. Era una broma. ¿Qué pasó?
            -Terri, a veces… -empezó Mel.
            -Mel, por favor –le interrumpió Terri-. No seas tan serio siempre, cariño. ¿No soportas una broma?
            -¿Dónde está la broma? –inquirió Mel.
            Mantuvo el vaso en la mano y miró fijo a su mujer.
            -¿Qué pasó? –insistió Laura.
            Mel clavó la mirada en Laura. Dijo:
            -Laura, si no tuviera a Terri y si no la amara tanto, y si Nick no fuera mi mejor amigo, me enamoraría de ti. Y te raptaría.
            -Cuéntanos la historia –le insistió  Terri-. Y luego nos vamos a ese restaurante nuevo, ¿de acuerdo?
            -De acuerdo –dijo Mel-. ¿Dónde estaba? –Se quedó mirando la mesa; luego siguió con la historia-: Iba a verlos a los dos todos los días, y hasta dos veces al día cuando tenía que quedarme a visitar a otros enfermos. Escayolas y vendajes, de la cabeza a los pies, ambos. Ya sabéis, lo habéis visto en las películas. Ese era el aspecto que tenían, igual que en las películas. Sólo unos agujeritos para los ojos y para la nariz y para la boca. Y ella, para colmo con las piernas en alto. Bien, pues el marido estaba deprimido la mayor parte del tiempo. Incluso después de enterarse de que su mujer saldría de aquélla. Seguía muy deprimido. Pero no por el accidente. Me refiero a que el accidente era una cosa, sí, pero no lo era todo. Yo me acercaba al agujero de su boca, y él me decía que no, que no era por el accidente exactamente, sino porque no podía verla por los agujeros de los ojos. Decía que era eso lo que le hacía sentirse así de mal. ¿Os lo imagináis? Podéis creerme, al hombre le rompía el corazón no poder volver la maldita cabeza para ver a su maldita esposa.
            Mel nos miró a unos y a otros y, ante lo que estaba a punto de decir, meneó la cabeza.
            -Digo que lo que estaba matando a aquel pendejo era que no podía mirar a su jodida mujer.
            Los tres miramos a Mel.
            -¿Entendéis lo que quiero decir? –preguntó.
            Puede que para entonces estuviéramos ya un poco borrachos. Sé que nos resultaba difícil mantener las cosas en su justo punto. La luz abandonaba ya la cocina, se retiraba a través de la ventana hacia el lugar de donde había venido. Y sin embargo nadie hizo el más mínimo ademán de levantarse para encender la luz de encima de nuestras cabezas.
            -Escuchad –propuso Mel-. Acabemos esta puta ginebra. Todavía queda para una ronda más. Luego nos vamos a cenar. A ese sitio nuevo.
            -Está deprimido –observó Terri. Mel, ¿por qué no te tomas una pastilla?
            Mel sacudió la cabeza.
            -He tomado todo lo que hay.
            -A todos nos hace falta una pastilla de vez en cuando –dije.
            -Hay gente que las necesita desde que nace –comentó Terri.
            Frotaba con el dedo algo que había encima de la mesa. Luego dejó de hacerlo.
            -Creo que me apetece llamar a mis hijos –dijo Mel-. ¿Os importa? Voy a llamar a mis hijos.
            Terri le avisó:
            -¿y si Marjorie contesta al teléfono? Eh, chicos ¿os hemos hablado de Marjorie? Cariño, sabes muy bien que no quieres hablar con Marjorie. Te hará sentirte peor.
            -No quiero hablar con Marjorie –reconoció Mel- Pero quiero hablar con mis hijos.
            -No pasa un día sin que Mel diga que tiene ganas de que su ex mujer vuelva a casarse. O que se muera –explicó Terri-. En primer lugar –afirmó-, nos está arruinando. Mel dice que si no se casa es sólo para fastidiarle. Tiene un novio que vive con ella y con los niños. Así que Mel mantiene también al novio.
            Marjorie es alérgica a las abejas –contó Mel-. Cuando no rezo para que vuelva a casarse, rezo para que se le eche encima un maldito enjambre de abejas y la mate a aguijonazos.
            -Qué vergüenza –dijo Laura.
            -Bzzzzz –susurró Mel, convirtiendo sus dedos en abejas y haciéndolas zumbar en dirección a la garganta de Terri. Después dejó caer las manos a ambos lados.
            >>Es perversa –dijo Mel-. A veces se me ocurre ir a su casa vestido de apicultor. Ya sabes: esa especie de yelmo con la plancha que te tapa la cara, los grandes guantes y el traje acolchado. Llamo a la puerta y suelto el enjambre dentro de la casa. Pero antes tendría que asegurarme de que no estuvieran los chicos, por supuesto.
            Cruzó las piernas. Le llevó su tiempo hacerlo. Luego puso ambos pies en el suelo y se inclinó hacia adelante, con los codos sobre la mesa y la barbilla en el hueco de las manos.
            -Puede que no llame a mis hijos. Puede que no fuera tan buena idea. Puede que lo que hagamos sea irnos a cenar. ¿Qué os parece?
            -A mí me parece bien –asentí-. Comer o no comer. O seguir bebiendo. Yo podría seguir hasta que anochezca.
            -¿Qué quieres decir, cariño? Preguntó Laura.
            -Exactamente lo que he dicho –respondí-. Que podría seguir. Eso es todo lo que he dicho.
            -pues yo comentaría algo –confesó Laura-. Creo que no he tenido tanta hambre en mi vida. ¿Hay algo para picar?
            -Sacaré queso y galletas –dijo Terri.
            Pero Terri siguió sentada. No se levantó ni trajo nada.
            Mel volcó su vaso. Lo derramó sobre la mesa.
            -Se acabó la ginebra –anunció.
            -¿Y ahora qué? –dijo Terri.
            Oía los latidos de mi corazón. Oía el corazón de los demás. Oía el ruido humano que hacíamos allí sentados, sin movernos ninguno lo más mínimo, ni siquiera cuando la cocina quedó a oscuras.






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miércoles, 16 de noviembre de 2016

Sono Tornato

Con el cigarro encendido, pienso, mientras las palabras se atrapan en el teclado.
Hoy dejaré a la chica buena ser devorada por los lobos, esta historia no tendrá final feliz, alguien morirá.
Ya no quiero corazones palpitando al unisono, tampoco zapatos de tacón azotando el piso en alocada carrera.
No caeran lágrimas cuando le empuje al precipicio.
Su guadaña lenta y torpe cortó lo último que quedaba de humanidad.
Ya no estas aquí para matarme, el trabajo está terminado, solo queda un abismo en el lugar donde existía un corazón
Y las ideas se me escapan, así como jugando.
Como odio este teclado.