miércoles, 14 de noviembre de 2007

De la práctica de las Artes...


Recuerdo una época cuando por el tiempo disponible, escribía bastante sobre qué podría constituir el término Arte. Desde una perspectiva poético-filosófica, estructurada por el no despreciable contenido vivencial de mis años de práctica, en algunas disciplinas que podríamos adscribir al copioso universo del Arte. Llámese dibujo, pintura, grabado y otras, de las que habitualmente damos en llamar: Artes Plásticas, o más exactamente Artes Visuales.

Evidentemente esta práctica, fue constituyéndose a partir de su componente vivencial, de un individuo tal que hace y aprende en el mismo instante de ejecutar una labor, sea esta pintar con diversos materiales, dibujar en distintos soportes, o bien producir textos poéticos, sin el influjo de escuelas o talleres literarios, grupos de amistades o apadrinamiento alguno. Provisto sólo del afecto y la cercanía que determinados autores con sus obras, despertaban una y otra vez en mí.

Me preguntaba constantemente acerca de cuál sería la definición más acertada al respecto o, de cuántos de nosotros participamos realmente, de este vital y energético influjo, entendido como una disciplina llena de vibrantes posibilidades de expresión.

Supongo que en aquel tiempo mis reflexiones tenían bastante que ver, con el mundo de la carrera que había terminado recién, e igualmente, con aquella nueva en la que me estaba adentrando.

De mi primera carrera egresé con muchas preguntas y es claro, que la del significado del Arte fue la principal o al menos, la más recurrente. De hecho, si analizo mis concepciones caracterizadas como “artísticas”, de mi etapa escolar y media, debo reconocer que no distaban mucho, de aquellas con las que concluí mi formación como Licenciado en Arte.

De las mismas admito que eran, bastante inocentes e ingenuas por no decir ignorantes de frentón. Lo anterior aún cuando para mí, la práctica de una disciplina plástica era un asunto habitual, constantemente refrendado por galardones y participaciones destacadas, en concursos y eventos del ámbito de las Artes Plásticas y, alguna que otra vez, del mundo literario adolescente, aunque harto más acotado.

De la pregunta por el significado del Arte, puedo decir que nunca se responde del todo. Como aquella interrogante sobre la Cultura, o sobre la pertinencia de una u otra forma de expresión plástica.

Ahora, si se trata de ponerse específicos diré que en Artes, las palabras son como esos sólidos, que desaparecen así de fácil, citando a Wittgenstein o más bien, jugando con su decir. En Artes se juega, se prueba, se entrelazan las experiencias, se nutre de ellas cada individualidad. Se expresa aunque sea en disonancia. Es el sentido más auténtico y al tiempo dinámico, que he podido atesorar del Arte. Y ni siquiera diré del Arte con mayúsculas, como de ese que resplandece en los altares de los tiempos históricos; desde los avatares clásicos de los griegos y muchos antes.

Practicar una disciplina de manera constante, implica poner los ojos en la tierra, pero muchas veces, los pies en el aire. Porque la experiencia creativa de producir un algo, donde antes nada había, supone un encuentro con la variabilidad y el destiempo. Con aquello que nos intimida y revoluciona. El mundo mismo de cuyo amparo a veces huimos. El que hace un trabajo o elabora una propuesta, está cimentando sobre su propia vivencia, única, intransferible, irrepetible y no sujeta a la mirada de terceras personas. Al menos, no en una primera instancia. Hacer es crucial para el Arte. Se construye mientras se anda y a la vez, se deja atrás o se destruye y abandona, con la virulencia o placidez, de una justa misteriosa, de la cual nunca tenemos muchos antecedentes.

Aquel que vive su tiempo, desde su aprendizaje plástico o literario, va armándose por un sendero a ratos, lúgubre; pero por momentos también luminoso. Como si las fases de un mismo día se sucedieran sobre nuestra frente, a medida que avanzamos en el andamiaje insospechado de una propuesta.

Ahora, cuando se trata de aunar estas esferas de pensamiento, y ponerlas en un mismo sitio, es natural que se aprecien aquellos contrastes tan propios de la naturaleza humana. Sobre todo cuando se trabaja con las sensibilidades y los paradigmas particulares de cada uno. Pero es esto mismo, lo que a la larga nos permite dilucidar de alguna manera, lo que es el Arte, como una muestra de vitalidad y convivencia interminable y dinámica. Instalados en la reflexión que implica el ejercicio de mirarnos, en la trastienda de nuestros propios deseos, anhelos y reflexiones. Al descampado de nuestras seguridades y en el entendido, que las direcciones que seguimos suelen ser a menudo, contradictorias.

Tomemos por ejemplo la plástica, como un mundo de sentidos que me resulta muy familiar. En pintura puedes comenzar tu aprendizaje, ya sea por la vía oficial es decir: en cursos, escuelas, talleres libres o en la academia (Bellas Artes o Universidades); la llamada senda “oficial” que a menudo facilita y acorta los tramos que un aprendiz, al menos en teoría debiera transitar. Pero sucede que a veces, uno se siente tentado a evitar esos círculos “oficiales”, y se dedica más bien a una búsqueda personal de referentes y resultados. La vía “autodidacta”. Aconsejable para ciertas formas mentales, que sean capaces de superar su propia y natural tendencia a la autocomplacencia, y al logro efímero, de metas relativamente fáciles. Ejemplo. Si eres un pintor realista o naturalista, riguroso con el oficio para obtener el máximo de parecido con tu modelo, es altamente probable que estés familiarizado con ciertos patrones de trabajo, constantes y adecuados a tu práctica pictórica. Y no seria extraño que dicho repertorio de recursos, en algún momento de tu hacer plástico, volvieran tu ejercicio cotidiano en una rigidez de mirada, que te impida digamos, percibir las ambigüedades propias del ambiente, como pueden ser los propios conceptos, o la que consideramos nuestra realidad inmediata. La utilización de los instrumentos técnicos, o la mentada relación problemática con las Musas. Cualquier aspecto de esta inmovilidad, lesiona nuestra libertad para concebir mundos nuevos, en planos que hasta entonces nos parecían, inasibles o demasiado intrincados; complejos o inadmisibles. Para el pintor clásico, de procedimientos tradicionales y mirada estática, no hay un margen que traspasar y menos, un linde por descubrir. Lamentablemente y al contrario a lo que suele pensarse, en pintura esto ocurre bastante.

¿Podría suceder lo mismo con la literatura?


Es factible. Si nuestro mentar sobre lo que escribimos, se remite solamente a pasajes de un léxico de anticuarios. O nuestro pensamiento se fija en la estructura o el entarimado externo, sin mediar un vistazo casi (saludablemente) infantil, al jardín abandonado de nuestros sentimientos, o al universo paralelo del patio de enfrente. Escribir no es muy distinto de pintar, las luces y sombras, los colores y texturas, tienen su correlato en la escritura y muchas veces, existe una hibridación que da lugar a formatos sorprendentes, como ocurre con el teatro o con el cine.

Ahora, sobre escribir como experiencia de auto-conocimiento y exploración, creo necesario establecer algunos puntos referenciales. Aquel que ejecuta esta labor expresiva, muchas veces lo hace en el entendido de que es su voz, la que deviene plasmada como un trasvasije, de repertorios relativos a la propia identidad. A la manera de un traslape o proyección del cosmos interno, aún si lo descrito en el texto es real, inventado o una mixtura indistinta y homogénea. El poder que el autor confiere a su escrito, rebasa con creces aquello que el mismo esperaba obtener, siempre y cuando se lo permita o se autorice a hacerlo. Y me refiero a poner en líneas, con autenticidad y sentido lúdico, sus motivaciones y aquello que a primera vista, no resulta tan evidente. He ahí la magia del texto.

Finalmente, considero oportuno realizar un alcance. El Arte como actividad humana soporta mucho sobre sus hombros pero la idea, es subirse en ellos a disfrutar de sus muchas y siempre florecientes posibilidades. Como si fuera un poco juego y un tanto de risa, una medida nada despreciable de diversión, y una pizca de bibliotecaria seriedad. Hacer Artes es vivir en un sentido diferente cada día, respirando la sutileza cambiante de nuestra realidad, sin la prisa enervante del tráfago cotidiano. Significa aprender poco a poco, a amar lo que eres y tratar de manera cariñosa tus propias acciones. De la forma cooperativa o combativa que prefieras, dando siempre la pelea a fondo y respetando tus ideales, sin considerarlos tótem ni monumentos de piedra inerme, carente de perspectivas. En resumidas cuentas, practiquemos el Arte como si fuera, nada más que vida perfumada a nuestro alcance.


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