sábado, 22 de septiembre de 2007

Visita a Terreno


Hoy el día estaba pesado, el aire enrarecido, un día en la oficina, no era lo que esperaba para esta jornada.
Afuera el sol llamaba a cada yema floral a explotar en mil colores, mientras que yo, flor mustia de las oficinas yacía sin mucho que hacer.
Entonces he ahí mi salvación, don Juan, necesitaba una visita a su terreno…
¡Una visita a su terreno! Para mi eso significa, estar en el lugar de el, mirar desde su ventana, ver desde el.
Dejamos atrás el cemento, el camino era tortuoso, muchas vueltas, llenas de polvo, lejos, muy lejos, pero estaba a merced del sol y el aire libre.
Finalmente llegamos a su casa, una casa de adobe encaramada sobre el cerro.
El me decía:
Sabe señorita, mi casa, esta que usted ve tan humilde, le prometí a mi mujer que la haría con mis propias manos. Cada uno de estos adobes los hice yo mismo, con mis manos. Cuando comencé tenía una hernia inguinal, trabajaba como una bestia, me ponía una tabla en la zona para que no se me afectara más.
Se lo prometí a mi mujer, fue una promesa de amor. Cada una de las piedras que conforman esta casa, la puse yo y mis hijos, que también colaboraron siendo chiquitos.
Ahí- señalándome un rincón - esta la huella de la mano de mi hijo mayor, la tengo tapada con una loza para que perdure, me hubiese gustado que hubiera sido sobre cemento, pues un día se perderá.
Lo que don Juan no me dice, es que esa huella ya esta para siempre en la memoria de su hijo y ahora en la mía, esas huellas no se borran.
Salimos de su casa y aquella que me parecía en un comienzo tan humilde, sin piso, resultó ser la más rica de todo aquel cerro. Arriba el pasto verde, abajo cruzando su puente personal y corriendo bajo sus pies, agua que le canta cada día a su casa de amor.

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