sábado, 22 de septiembre de 2007

Vegetal

Me despierto.
Otro día más.
Abro los ojos y mi mente se inunda de los mismos problemas de siempre: problemas cotidianos, de la casa, de los niños, de mi mujer, de las otras, del trabajo y del dinero.
Nuevamente soy yo en el mundo de la mediocridad. Por dentro y por fuera. La indiferencia y el hartazgo caracterizan mi estado de ánimo. De vez en cuando me hace vivir un pensamiento de sexo, pero, al igual que todo, me cansa rápido.
Me ducho en el baño de la mediocridad y me moja agua mediocre. Me seco con una toalla mediocre y tomo un desayuno mediocre.
Afuera me espera el mismo día y me aterra saber que voy a pensar lo mismo de siempre nuevamente.
Como una máquina acondicionada negativamente, no tengo otras respuestas ni otras ideas que las que ya conozco.
Tengo una creatividad cero con tendencia negativa y una memoria defectuosa que me hace ver escenas antiguas allí donde hay nuevas.

Repito mecánicamente el mismo saludo y hago los mismos movimientos, la misma sonrisa chueca, la misma mirada, el mismo apretón de manos.
Me siento en mi silla mediocre y veo esa planta por la ventana... ahhh... sí... esa planta.
Me gustaría tanto ser como ella, no pensar y dejarme ser. Beber el agua de la lluvia, beber los rayos del sol, el brillo de las estrellas, la frescura de la noche, comunicar con el centro de la tierra y saber todos los secretos del universo.
Ser como ese bebé que come arena, que llora y va hacia su mami.
Ser simplemente más grande, reventar mi cuerpo y poder crecer infinitamente hasta abarcarlo todo. Pero estoy enjaulado dentro de este hombre mediocre que envejece y entorpece con el pasar de los días.
En una semana una planta vive más que yo en un año, o un perro o una pulga.
No sé que sería de mí si no tuviera mi pene para pensar, para acariciarlo, para verlo, lavarlo, rascarlo y olerlo. Sería un trapo sucio, inútil. Quizás ni trabajaría. Pero él es quién manda. Me despierta todas las mañanas y hace que me levante, me siente y piense en ella.
Si por lo menos hubiéramos terminado y hubiera habido algo de pena, una mísera lágrima... pero nada, nunca hubo nada.
Todo lo nuestro fue un simple dibujo sobre el agua.
Desde el primer momento no estuvimos juntos.
Sin embargo recuerdo su silueta en la cortina. Recuerdo su voz desde lejos... como ecos en la cabeza de una persona que emerge de un profundo coma. Recuerdo sus labios... y siento algo tan extraño... siento que se empaña mi alma.
Ella... Con su pelo largo, negro y crespo.
Teníamos un sueño: una casa blanca y moderna junto al mar.
Pero al ver esto... no es más que un departamento sucio y gris en pleno centro de la ciudad.
Esta ciudad que se muere de cáncer y se alimenta de pensamientos corruptos.
Donde la gente se ha olvidado de ser gente...
Por suerte están las demás mujeres.
¡Ah! Dios mío, gracias por haberme hecho hombre y no maricón.
Me gustan tanto las mujeres... todas las mujeres.
Me gusta esa morena con las piernas arqueadas, me gusta esa rubia alta, me gusta esa china intelectual, esa negra cocinera, esa empleada doméstica, esa madre de familia, esa secretaria histérica, esa niña virgen, esa monja frustrada, esa puta de mierda... asesina, psicóloga, cajera, taxista, azafata, estudiante, espía... me gustan los calzones, bikinis, sostenes, faldas, shorts, carteras, lápices labiales, labios rojos, pinturas, toallas higiénicas, cejas largas, lentes de contacto, pastillas anticonceptivas, pantys, bragas, lencería, satín, seda, blanco, rosado... esas hembras.
¿Qué puedo hacer?
Solo contemplarlas o tratar un acercamiento furtivo donde se decidirá mi futuro cercano, mi noche llena de vacío o de placer

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