En un día hermoso e iluminado, me puedo sentir disonante.
Volando por el borde costero, liviano y sin cansancio, el gran soldador celeste nos prepara alegría, fundiendo nuestras ideas en abrazos.
Nos sentimos, como reflejo de luz en el mar, hundiéndose en lo profundo.
Que paz aquella de estar juntos, reposando mi cabeza en pecho tranquilo y durmiente, sin angustia ni miedo intimidante, segura es la cariñosa morada.
Soy la gota rubí en una copa de vino, que no teme mostrar su sabor.
Entonces, así me siento yo, como aliento de mar que acaricia, como brisa y flores primaverales.
Me miras diciendo soy feliz, junto al sonido constante de olas que vienen y van, como mis ideas que marchan tras de ti, en medio de pensamientos salados muy dulces.
Pero sucede lo inevitable, el sol nos abandona, las sombras cubren la ciudad.
Buenas noches, niña mía, debemos partir.
Es un minuto dentro de un reloj que me atrapa, que me dice ya es hora, nos separa, nos junta, me lanza lejos, desilusiona.
No hay esperanza, no hay promesas, ahí está.
Añoro las largas caminatas, las conversaciones y esa paz de tardes luminosas. Por eso te digo: Vuelve azul, amarillo nos llama a fundirnos nuevamente en carmines.
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