martes, 1 de septiembre de 2009

En el Bullicio del Transporte Público



El bullicio en el transporte público, llena de vida la mañana silenciosa y oscura de aquel invierno.
Otro día, la hora avanza y los chicos en uniforme forman un gran superorganismo, movilizándose por este hormiguero que es Santiago de Chile.
Suben a las micros, se apretujan unos con otros. Algunos pilluelos tienen sus primeros encuentros “amorosos”, tocaciones incluidas a desprevenidas jovencitas con cortos uniformes azules.
Los vidrios empañados lloran en la medida que el bus se va llenando.
Y, en medio de todo aquello, hay una muchacha expectante, observando, mirando por una ventana, pero hacía dentro.
Ella sin mirar, escucha, en el corazón de todo ese movimiento constante.
Entonces, todo queda en silencio, ahí está su aparición, al único que ve día a día a través de la ventana, por el pequeño espacio que ella dibuja para él, para no perderle de vista, mientras sube.
Cada día, la misma micro, la misma hora, el mismo paradero.
Finamente, ¿le hablaría?
Pero hoy, el llegó tarde. Le vio mientras corría por la calle, tratando de alcanzar el transporte.
Ella se apego a la ventana, mientras observaba como se hacía pequeñito, cuando se alejaba cada vez más.
La primera vez que se dio cuenta de su existencia, fue por una mirada, de esas persistentes que clavan en la nuca.
Al subir sus ojos, ahí estaban los de él, a su encuentro.
Ella no se amilano, para nada. Le retuvo la mirada en señal desafiante, como diciendo, y tu porque me miras.
Después que ambos se quedasen mucho rato con los ojos abiertos, se cansaron y sonrieron para volver a mirarse cada tanto.
Y así, ya llevaban un semestre completo de miradas que iban y venían, de blusas y camisas, pasando por los chalecos, bufandas y gorros, entre chicos de distintos tamaños colores y edades, siempre por lo menos a 2 personas de distancia.
Ese día, la jornada en el liceo fue como tantas otras, con mensajitos vía papeles en el recreo, las típicas conversaciones acerca del chico lindo de turno, pero él muchacho de la mirada rebelde, hoy más que nunca estuvo en sus pensamientos, más que los días en que el llegaba a la hora.
Esa tarde volvió a su casa bastante tarde, se encontró con su madre quien trabajaba en el hospital, cerca del Liceo.
Estaba muy contenta y se sentó en el último asiento de la micro, con su mamá del lado de la ventana.
Ella parloteaba alegremente de su día y lo mal que la pasaba en castellano, entonces una voz desconocida, pero a la vez cordial y cercana, le interrumpió diciendo que a él le pasaba lo mismo. En ese momento alguien se acomodo a su lado, quedando tan cerca que no le podía mirar muy bien a los ojos.
Seguramente era hijo de la compañera de su mamá con quien también se había subido al bus. No se lo cuestiono, pues la conversación era muy amena, como la de dos amigos de toda una vida.
Al llegar a su destino, el chico se levanto y despidió de ella preguntándole si se verían mañana.
Ella muy perpleja con sus 14 años, no era experta en estas cosas; miraba sus zapatos, no sabía por qué le temblaban las piernas o se había ruborizado.
Respondió entonces que si.
Una vez se bajo, ella de inmediato pregunto a su mamá como se llamaba ese chico que se fue junto a su compañera.
Su mamá le quedo mirando extrañada, pues ella tampoco lo conocía.
Entonces dio media vuelta y miro por la ventana trasera. Era él, parado en el mismo paradero, mirándole directamente y mañana conversarían, nuevamente.
Pasó la noche casi en vela, pensando, emocionada, expectante, con el corazón alborotado. Llegada la mañana, como nunca, se preocupo no solo que la corbata estuviese en su lugar, cuido un poco más de su peinado.
El apretuje para subir al bus, así como la celeridad para alcanzar el asiento privilegiado que le permitiría mirar por la ventana, ese día no había sido tan traumático.
Los ciruelos en flor, indicaban que el invierno ya se estaba yendo, había pasado un agosto muy frío y la tibieza del sol, ya se sentía por las mañanas.
Llegado al paradero aquel, se quedo observando, mientras un montón de muchachos y muchachas subían empujándose y peleando con el chofer.
Buscaba a su chico especial, pero, el no estaba ahí.
Y fue así, durante todo el resto del semestre, primero con ansias, luego con angustia y pánico, hasta que llego el sol y las vacaciones. Nunca más le vio.
Pasados los años, hoy cree, que con quien conversó, solo era un fantasma.

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