domingo, 15 de noviembre de 2009

Una tarde con Bukowski

Te abalanzaste sobre mí y no me dejaste ni cerrar la puerta.
Escuchaba en mis oídos un bum, bum, bum, bum, acompasado con el movimiento de tus caderas.
En un principio creí que era mi corazón, pero eran tambores, que de fondo alborotaban multitudes por las calles. En la ciudad las gentes caminaban en caravanas, hoy había carnaval.
Y mientras todos paseaban en las afueras, nosotros no amábamos.
Fue esa tarde que hablábamos de Bukowski y de cómo en el vivir diario, en su vivir diario de paria y miserable, el guardaba su pequeña llama, una llama que sabía que en cualquier momento explotaría en un gran incendio.
En su caso, su incendio llegó, después de que publicaron uno de sus cuentos en una revista a quienes siempre se los enviaba.
Es gracioso saber que el quiso ser “normal”, estudio un rato periodismo hasta que lo consideró una pérdida de tiempo.
Y ese fue el gran ánimo de mi amado por la tarde, pues el sabe que mi pequeña llama, sin ser yo una paria, trato de mantenerla viva, viviendo como se vive cada día, habiendo empezado y terminado una carrera, teniendo una vida por decirlo de algún modo normal. Porque tampoco soy del todo normal.
Todos tenemos historias que contar, de tías malditas hundidas en el dolor, de seres un poco incomprendidos en sus sentires y gustos. Vivir en un mundo de algebras, para alguien cuya vida es más bien poética, también es duro.
La gente no te entiende, muchas veces eres mal interpretado y terminas armando un disfraz para el día a día, junto a un gran murallón de mordacidad. Finalmente, no eres de este mundo ni de aquel de las congregaciones.
No sé si esto es tan cruel como la vida del artista que esta con Dicom, al que en las casas comerciales le cierran las puertas, los bancos les dejan de autorizar chequeras y en que finalmente viven al día.
Si, por que en este país a los únicos que les da para vivir del arte, no son precisamente los más artistas, si quizás los más federados, asociados, los de las cofradías esos que están bien contactados.
Eso me hizo recordar a los pequeños vástagos que los mayores de la comunidad consideran “talentos nuevos”, esos pokemones a quienes lees y dices, ¿esto es lo que viene?, por favor mátenme en el acto, ¿donde están los de verdad?, esos que sin viajar a Cuba, crean y no existen solo por un pseudo compromiso con el partido o la cofradía, solo una pose.
No, no eres la única que sufre me dijo hoy mi amado, aunque tu sufrimiento es diferente al de los demás que crean y creen.
Lo mío tiene que ver con estar dividida entre ese mundillo público, fome y de números, apasionante de historias humanas, pero en el que lo más importante es el resultado. Si no fuese porque se ayuda en algo desde un pequeño sitial y por las historias enriquecedoramente reales, esto no valdría la pena más que por los morlacos.
El sufrir, tiene que ver con el no poder hacer siempre ni cuando se quiere, lo que hace de esta vida, algo vital, lo que permite que realmente la sangre fluya y que te impulsa a despertar cada día feliz. Esa necesidad casi enfermiza de expresar, de hilvanar en palabritas, de ser artesano de letras.
Eso que permite al poeta, a pesar de sus Dicom, sonreír y prevalecer en el oficio.
Después de esa larga conversación, volvimos a hacer el amor, luego tomé mi llama y la alimente un buen rato, le di algo de aire, pues es una de las ventajas de ser un burgués, los domingos son para ti.

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