lunes, 9 de noviembre de 2009

Despertar


Un olor profundo, penetrante y delicioso se colaba desde el suelo hasta sus fosas nasales.
No era el olor del café matutino, ni del cigarrillo, el que había dejado hacía años. Era un olor mucho más profundo, mucho más vital, lleno de memorias y colores de su noche previa.
Su despertar fue tranquilo, yacía en el suelo y todo su cuerpo olía a sudor ácido.
Los sueños de aquella noche fueron del todo placenteros, inclusive sin alas volvía a volar como cuando era un cachorro.
La irrealidad de su sueño se contraponía con la realidad.
Esa noche, todos aplaudían y sonreían por el premio obtenido por su empresa. El ruido era ensordecedor y todos se movían extasiados al son de quienes les alentaban.
¡Somos los mejores!, ¡Somos la mejor empresa para trabajar en Latinoamérica!
Unos a otros se mostraban los dientes como símbolo de buenas intenciones. Los mismos dientes que chirriaban cuando unos a otros cuchicheaban, acerca de quién estaba o no con el jefe, del tráfico de influencias que logró el ascenso de la secretaria culona o los dientes afilados de aquellos que lograron que le brotara soriasis la temporada en que más presión en las metas le colocaron.
Después de los aplausos, no recuerda más que el ruido y los blancos dientes, el latir acelerado de su corazón, no por la música, ni la exaltación de verlos todos al unísono. Todo empezó por escuchar como balaban despacio y como sus silencios seguían al pastor del rebaño, para luego huir como presas.
Esa mañana despertó rodeado de los restos del rebaño y era el olor de la sangre de ese rebaño desparramada por todo el cuarto lo que le hizo tan feliz.
Ya no podía fingir más, ser una oveja.

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