martes, 4 de agosto de 2009

Un Parchecito, No lo Cura Todo

Agitada y en medio de una caída al vacío, despertó.
Era una chica normal o por lo menos eso quería aparentar.
Esa mañana se animó con la convicción de que debía de hacer algo para salir finalmente de una situación que le mantenía incomoda. Sabía cual era la causa y no podía seguir teniendo esas pesadillas y la sensación de inconclusión, cada vez que despertaba.

Se vistió como siempre, mientras se tomaba su leche fría del desayuno, pues con eso de estar durmiendo mal a diario, se quedaba más rato pegada a las sábanas que de costumbre.
Mientras se colocaba su jumper, se percato que la basta estaba descosida.
Que vergüenza, justo hoy, que estaba atrasada, cuando finalmente se estaba haciendo los ánimos para dirigirle la palabra al chico que le traía inquieta.

Tomo un poco de la cinta adhesiva que su madre utilizaba para colocar parches sobre las heridas y curo su uniforme.

Ya eran las 7 por lo que la vocecilla infernal de radio Cooperativa anunciaba.
Si salía a las 7:10 estaba perdida, llegaría atrasada.
Agotada y con el corazón en la mano, hizo una carrera perfecta de 10 cuadras, llegando justo cuando el timbre sonaba y el inspector terminaba de corretear a los alumnos que se quedaban en la puerta del liceo conversando.
Ya formada y muerta de frío, solo atino a rezar como el resto y a escuchar lo que decían desde el entrepiso, en medio de tiritones.
Subir por las escaleras al segundo piso siempre le resulto un suplicio, pues sabía que normalmente abajo, estaba mas de alguno de sus compañeros alborotadores de hormonas, mirando los calzones de la que subiera, pero ese día no le importó.
La mañana fue muy aburrida, la profesora de castellano se desgastaba en hablar acerca del romanticismo y del cambio desde si mismo y las corrientes y la generación y… En ese momento ella hubiese deseado mejor estar en biblioteca leyendo un libro de aquellos.
Acababa de descubrir a Poe y mientras silenciosamente escondía uno de sus libros bajo de la mesa, aplacaba la pereza de escuchar a la soporífera mujer leyendo “el cuervo”. Entonces, sonó nuevamente el timbre para el recreo, el momento más esperado y a su vez evitado por ella.
Eso de estar pensando en el chico distraído del curso de al lado, era desgastante, además de inútil, pues ella no estaba para perder el tiempo con chicos. Por lo demás, estaba convencida de que en el momento que se involucrarse con alguno, seguramente perdería capacidad intelectual; ya lo había visto en tantas amigas suyas que hoy se comportaban como bobas mirando como se vestía, como sonreía y riéndose de todas las idioteces que el enamorado de turno dijera.
A pesar de todas esas cavilaciones, salio a recreo como siempre para quedarse en el pasillo del segundo piso, apoyada en la baranda, observando todo desde arriba y mirando siempre de reojo a aquel muchacho silencioso que también se quedaba en el pasillo cada día.
No era un adonis, su cabello rubio oscuro no era de su preferencia, además era algo bajito para sus gustos y con kilitos demás. ¿Por que entonces cada día esperaba el recreo para verlo ahí?
Ella no esperaría mas, era el momento de enfrentarlo y de romper de una vez por todas, esos instantes, que creía, de mutua intimidad y complicidad, en que ambos se quedaban mirando al mundo.
Enfrentarle era la única forma de perder el interés por querer saber quien era.
Fue así que saco toda su fuerza vital y se dirigió hacia el con paso seguro y totalmente decidida a hablarle, ¿que le diría?, no sabia, no tenia idea, algo se le ocurriría, porque el hablar no era algo que le costase mucho. Realmente era una muchacha demasiado locuaz y convincente.
Entonces paso lo que no se imaginaría nadie, justo cuando estaba a punto de llegar a su lado, solo a centímetros de el. Un grupo de chicos trogloditas salio de la sala de clases en parvada, abalanzándose sobre el muchacho silencioso, entre gritos tribales y algarabía.
No se escuchaba muy bien lo que decían, pero era en tono jocoso, festivo y animal. Lo tomaron en andas mientras le cantaban una canción algo insultante en su nombre, pero no en el sentido adolescente del que se cree popular. El chico silencioso, no era de los populares, era de aquellos que todos se burlan.
Entonces ocurrió algo más vergonzoso, le lanzaron de cabeza a un gran basurero de metal, que a esas alturas de la mañana, ya estaba lleno de toda clase de desperdicios.
Y todo eso acaeció frente a sus ojos, momento previo al desencanto y rompimiento de la burbuja que los mantenía cada día atados en silencio, en cada recreo, en que se quedaban mirando a todos desde la baranda del segundo piso.

El muchacho, salio como pudo del basurero mientras ella se quedo todo el tiempo mirando estupefacta aquel espectáculo de crueldad adolescente.
Nuevamente de pie, esta vez frente a ella, todo sucio, maloliente y tratando de arreglarse la chaqueta que se había roto del lado izquierdo con el forcejeo.
El, estaba completamente colorado, como un tomate. Nunca supo si estaba de ese color por la rabia, por la agitación de aquel momento, o por estar frente a ella.
Silenciosa, tomo el ruedo de su jumper, saco parte del parche de cinta adhesiva con que había arreglado la basta y se lo puso en la rotura de su blazer
Después de ese día, El nunca más se quedo mirando desde la baranda del segundo piso y ella, perdió todo interés en aquel chico. La burbuja se había roto, sin necesidad de haber abierto la boca. Con un parchecito, se había curado.
Hoy que me tomo un café contigo, me pregunto, donde te habías metido todos estos años y porque no me dirigiste la palabra antes, sino hasta ahora.
Y veo que aun te sonrojas frente a mí.


http://dafne-en-viaje.blogspot.com/

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