jueves, 6 de agosto de 2009

Memorias a Crochet

A Doña María la sonrisa le resulta fácil, con sus dientes siempre a la vista, sujeta con cuidado los hilos que le unen a la vida.
Ella es mujer de pequeños milagros, que con ojos grandes y abiertos, prodiga cariños a quienes le conocen.
Es que doña María, siempre pone el hombro y todo lo demás en lo que emprende.
El miedo corre por sus venas a fin de mes, pero nunca se amilana. Suda la gota gorda entre quehaceres varios, haciendo aseo en la casa de la profesora Juanita, la ejecutiva del banco y lavando ropa ajena.
Más que el planchado, es el lavado lo que le tiene con una artritis que hace tiritar hasta los huesos en galopante dolor.
María enfrenta a su suerte, sea esta buena o mala.
Ella corrió de aquí para allá, buscando las formas de sacar adelante a su familia. La vida le dio dos hijos a los que cuido y que hoy son profesionales.
Últimamente A doña Maria, nadie la visita por las tardes.
La vida que aun le queda, trata de apegarla a los cariños, buenos y malos de su pasado glorioso. Es por ello que por las noches teje junto a sus historias pasadas, finales más felices.
Demasiadas buenas intenciones, para una mujer muy dulce devorada por los lobos.
La tarde en que la conocí, ya era una mujer doblada, pequeña y de pasos chiquitos.
Llegó con delantal puesto, retorciéndolo entre sus manos, preguntando por mi nombre y hablando de sus recomendaciones.
Su sonrisa en un rostro marcado de arrugas, no le quitaban seriedad a sus palabras.
Ese mismo día quedo trabajando en mi casa.
Con el paso del tiempo, se me fue haciendo parte del paisaje, de tardes llenas de risas, historias de amores y desamores.
Nos sentábamos frente al fuego, mientras ella a pesar de su artritis, tejía a crochet.
Yo siempre le preguntaba, porque insistía en ese trabajo, que para ella era además de muy penado, doloroso. Ella, solo me sonreía, hasta que una tarde me confeso:
esto me recuerda que estoy viva, pues mientras lo hago, el dolor me conecta con mi pasado, al cual le doy puntadas y lo transformo en algo hermoso. Usted debería hacer lo mismo.

Nunca entendí bien eso de dar puntadas al pasado.
Por la noche tomaba sus cosas para irse a su casa, con sus pasos pequeños. Un día, simplemente no volvió más.
Traté de ubicarla muchas veces, hasta hoy.
Llego a mi oficina un hombre de edad avanzada, preguntando por mí.
Me dijo que venía de parte de María, para darme un encargo de ella.
Me entrego un pequeño paquete, en papel color lila, con una cinta amarilla envolviéndolo.
Le pregunté que había pasado con ella, me dijo que había fallecido.
Me dio un dolorcito en el estomago, que poco a poco fue subiendo hasta el pecho, me apretó la garganta y se me salieron dos lagrimas.
Le pregunte que quien era el y respondió que era Osvaldo.
Osvaldo, el hombre a quien ella tanto había amado, pero, que la dejo en el más total abandono, criando un par de hijos que la dejaron en igual abandono que el padre.
Me produjo un asco total y ganas de desquite.
¡Con que cara me venía a hablar de ella!, El, un hombre que simplemente desapareció por más de 30 años.
No me importaba su historia, más que en caso de ser escrita.
Entonces, se me puso a llorar como un niño.
Me dijo, que nunca había dejado de amarla, pero que había sido un cobarde. No podía dejar la vida que siempre había tenido.
El era músico y había viajado por todo el país tocando el bandoneón.
Un día había regresado a ver a la mujer que siempre estuvo en sus pensamientos y tal como me confeso, aun estando con muchas más mujeres a la largo de su vida.
Ni siquiera me di el tiempo de criticarlo, preguntando porque además había olvidado a sus hijos.
Mirándole a los ojos, me dije,el es el tipo de hombre a quien nada ni nadie podría haber atado.
Un día simplemente cuando pasó cerca del pueblo, volvió a tocar a la puerta de María y, como era su costumbre, con una bella sonrisa en el rostro le abrió su puerta y nuevamente su corazón.
Para Osvaldo, fueron los tres mejores meses de la vida, de los últimos 30 años.
Ambos ya en edad avanzada, caminaban los mismos ocasos en que antes, ella y yo, nos acompañábamos las soledades.
Un día María se sintió mal, mas mal que de costumbre, fueron al hospital; pasaron los días, fueron a médicos particulares y le diagnosticaron cáncer.
No había mucho que hacer, así que regresaron a casa.
En la víspera de la noche en que recordaban los 50 años de conocerse, mientras ella estaba en su cama, el se sentó a su lado, le tomo de las manos y le dijo los mucho que le había amado siempre, que habían perdido demasiado tiempo.
Ella solo le respondió, que no recordaba haber perdido un minuto de su tiempo en esta vida.
Luego le pidió que encendiera la televisión. El dio media vuelta, le soltó una mano, presionó el botón de la TV y al voltearse a verla, ya no estaba más, excepto por una leve sonrisa y algo de su tibieza que aun permanecía.
Cuando Osvaldo se fue y una vez cerrada las cortinas, abrí el paquetito color lila.
Dentro estaba, terminado, el crochet que había empezado en mi casa.

http://dafne-en-viaje.blogspot.com/

1 comentario:

Anónimo dijo...

wow me gusta!!