viernes, 14 de agosto de 2009

Tierra

Cuando algo te hace mal, es una buena señal de que te debes alejar de ese algo.

Tierra color rojo, mezclada con aserrín más un poco de agua. Un hombre camina a paso lento, llevando su caballo de la rienda.
El animal, mezcla con sus patas los colores, sobre una pequeña cancha al pie de un cerro.
Otro hombre, pequeño, robusto y de tez clara más acá, se esmera en meter las mezclas con habilidad en unos moldes de madera. Luego va sacándolos y dejándoles a un lado, mientras que, otro compañero, poco a poco va formando una pequeña pirámide.
Pepa de uva, madera de naranjo y cuescos de damasco son la fuente inflamable que meterán por sus pequeños pasajes para cocer el ladrillo.
Si yo fuese más chica, podría recorrer sus galerías olorosas.
El cerro rojo se impone ante el verde con pasto asomándose detrás. De esta tierra roja, una vez terminado, quizás solo crezcan musgos, siendo casas.

Poco se de estas labores, en comparación con los hombrones que trabajan a diario en este sitio, pero, al parecer por lo que he visto, terminaran echando a perder la obra de ladrillo, pues la pepa de uva mancha.

La época de lluvias ya pasó y es tiempo de hacer los nobles amasijos, pero al parecer, no pensaron en ese detalle. A veces por apresurarse a hacer las cosas, se nos pierden los pormenores.

Entonces, me puse a mirar el cielo. La lluvia seguro se asoma por la tarde, pues esta lleno de nubes gordotas; son motas de negro algodón apareciendo desde el sur.

Esta tierra requiere de mucho trabajo, me decía, cuando en ese preciso instante, comenzaron a caer algunos goterones.
Me subí rápidamente a la camioneta dejando atrás aquel paisaje rojizo.

Me encamino por senderos llenos de pozas, sabiendo que mi destino es de un espectáculo aun más grato.

Mi teléfono no suena desde esta mañana en que no pude seguir hablando a causa del llanto.
Y es que, me habían domesticado últimamente y esperaba por mensajes y llamadas a diario, que ya no eran a diario, ni como antes.
Hoy la farsa había comenzado temprano, pero ya era insostenible; a veces el querer no basta, me dijeron.
Antes, como el zorro del principito, pensaba en el trigo recién espigado de los campos, los que me traían recuerdos de voces suaves, de sonidos dulces y amorosos.
Hoy en vez de ser feliz con las llamadas, la amargura reemplaza aquel cariño, en una voz monocorde e incomoda.

Ya casi estoy llegando, una nueva tierra se presentaba ante mi, negra y profunda, olorosa y fértil, por la que se camina hundiendo los pies.
Es otro panorama, los ladrillos sin armar ya no están, un arado se hunde en las profundidades, abriendo surcos.
Esta finca se exhibe llena de posibilidades, cualquier semilla que caiga en ella dará verde.
Puede que no sea trigo, pero unas buenas hortalizas no vendrían mal.
El agua se nos viene encima, junto con un viento cálido que sube por el espinazo hasta el corazón.
Que bien se respira en este lugar me dije. Muy diferente a la pirámide de ladrillos, con sus laberintos agobiantes, de mezclas destinadas a quedar manchadas; esa que quedo abandonada, pues el fuego no alcanzó a encenderse antes que llegase una lluvia maluca.

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