martes, 10 de marzo de 2009

Carta Apócrifa al Demonio

Señor Error.
Me hubiese gustado que las circunstancias de esta nota fuesen más festivas.
Pero no, me toca escribir después de haber llorado por horas melaza, tras un amargo atragantamiento en dulces.
Y dices que fue un error, todo se justifica con un:
“Me equivoque”
Pues no señor, ni su mala poesía le sirven para salir de esta.
Por más que intentes safarte, estas hasta el cuello.
Pero no son tus errores, horrores, falsedades o mentirillas blancas las que te hunden, si no que, aquel sentimiento que te embarga, no la culpa, no el arrepentimiento.
Mi calle se lleno de basura, cuando la derrota de sentirse atrapado en la propia mentira, pretendía seguir jugando el juego. Es lo peor que pudo pasar.
Pues tienes dos opciones, tratar de arreglarlo, o esconderte nuevamente.
Hoy juguemos juntos, yo te invito al “yo no fui”, o también el “como se te ocurre”, “parece que no me conoces”.
Haces creer cosas que algunos jamás creyeron que creerían… haces entender que alguien más que tu mismo te interesa, que se podía ser sinceros y mantener una relación verdadera.
La tarjetita que acompañó a las dulces monedas envueltas en celofán, ese mensaje que le entregaste a Judas, pudo ser más convincente, tú sabes como hacerlo, sabes como meter mano para sembrar la duda.
Todo un artista plástico, flexible y poeta.
Poeta, claro que eres poeta, si todo ese plan “siniestro” fue poesía pura. Tu postura, mirada, sonrisas, boca, dedos, hombros, hicieron brotar sentimientos que ya ni se cree que se puedan profesar. Mezcla de dolor, asco y fastidio, pero gustaste, antes gustaste.
¡Aplausos!
Hay algo que a ti te ayudará siempre, esos ojos y boca tan sinceras que aparentas, bajo el greñudo cabello en llamas.
Esa imagen de niño bueno, transparente, escondido bajo una coraza de impenetrabilidad que has forjado por años.
Esa efigie que te hace tan atrayente a los pobres curiosos, que quedan atrapados por tu planta carnívora, devoradora de halagos que alimentan tu ego.
Ya ni tus amigas te creen.
Amargos son tus caramelos de monadas, venenosas pastillas de inocencia simulada.
Realmente causaste una buena impresión.
Si yo no hubiese abierto la boca, si mi orgullo fuese más grande, en este momento el señor “mete la pata”, estaría comiendo de tu mano, aquellos dulces.
Y aun lo dices… ¿Quizás, se lo merecía?.
Nadie merece creerse amado, si eso no es verdad.
Mis saludos señor error, vuelve a las llamas que le dieron color a tus cabellos.

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