lunes, 8 de octubre de 2007

Camille.

Querida Rocío:

Se que desde hace mucho no te escribo, pero esto necesito contártelo.

Hoy deambulaba como siempre sirviendo mesas en el café. Como cada viernes tu Javier estaba ahí, mientras yo, mosca de la ciudad, observaba desde el techo.

El estaba en su rincón de siempre, sabes bien que le observo pues me parece un espécimen interesante, pero hoy hubo algo que se quedo en mi retina.

El pidió su café, el de siempre, espresso, negro, sin azúcar, sin edulcorantes, mejor que nadie sabes que no le gusta dulce. Y como siempre también, saco su botellita con whisky el que vació con esmero sobre ese negro amargo.

Era un viernes como los de siempre, por eso me escape en mis pensamientos, llegando a Madrid.

Me recordaba sirviendo en aquel café, desplegando alas para inundarme en el ti… sabes a cual “ti” me refiero. El era tan único, que resultaba irresistible el deseo de besarle, sus ojos, una invitación, seduciendo sin notarlo, provocando la necesidad de expandirme en un abrazo, buscando, hurgueteando en cualquier mínimo signo de complicidad. Así era como veía a Esteban y esas ganas locas de querer escribir…

Estaba en esos pensamientos calidos, en esa reflexión feliz, cuando desde el techo mire a aquel otro rincón, ese donde se estaciona la morena ardiente, la que parece buena mujer de su casa. Esperaba verla en sus risotadas y su conversación vulgar de dueña de casa, junto a las otras libélulas tornasoles, pero no estaba.

El miraba hacia aquel rincón, más ido que nunca, con su mirada hacia dentro, hacia su infinito. Creo que se miro mucho, al punto de clavarse; debe de haber sido una puñalada feroz, pues comenzó a salir un hilo de sangre por su nariz, primero delgado, luego profusamente.

Yo me quede ahí, en el techo, como buena mosca, esperando que se desangrara, pero una de las libélulas le presto atención a su camisa armani ensangrentada; lanzó un grito, no se si por la camisa o por el asco a aquel líquido rojo negruzco.

Ni yo lo creía... El sangra Rocío!!!

Me toco bajar del techo y le dije:
- Sr. esta sangrando, le sucede algo?
-Sr. Esta bien?

Así que tome mi pañuelo, ese que me regalo mi abuela, aquel que te causa gracia por parecer anticuado bordado con mis iniciales y le ayude a taponar su nariz.

Luego llegó más gente en su ayuda.

Me fui al baño con las manos ensangrentadas y me puse a mirarlas frente al espejo, me las lleve al rostro, me manche de su sangre.

Al verme reflejada, note que el carmesí se veía bien en mis mejillas; parecían la marcas que se hacen los guerreros luego de ganada la batalla... Te extrañe, debiste estar ahí para comerte su corazón...

Atrás quedaron mis recuerdos felices de Madrid, solo espero que no tenga algo contagioso…

Otro día te escribo y envío mas información de tu Javier… por ahora creo que ya no es buen material para escribir.

Se despide tu buena.
Camille

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