domingo, 20 de noviembre de 2016

Cariño Malo

Había pasado muchos días sin noticias de él, muchos días. Silencio, solo silencio y nada.
A diario salía de su casa al trabajo, pensando donde estaría y en cuanto le extrañaba a pesar de todo. Pero, no le llamaría, tenía demasiado miedo después de la última vez que se vieron.
Había sido una discusión completamente estúpida, sin razón, ni razonamiento, de acusaciones mutuas, de desconfianzas crueles. Aquella noche ella decidió, es el fin.
Estaba mal y se acordaba poco de lo malo, aun le latía fuerte el corazón al rememorar momentos juntos.
Desconfiadas y crédulas fueron sus miradas jóvenes, una muy rara combinación entre genialidad y locura, rareza que los atrajo mutuamente hacía años.
Ambos estudiaban en el campus oriente. Provenían de familias acomodadas y vidas tranquilas, chicos sin problemas.
Cada uno a su manera vivía en constante insatisfacción, desde lo que hacían hasta quienes les rodeaban.
El, llevaba diez años estudiando letras, buscando, buscando algo que llenase su vida, era un hoyo negro que absorbió la energía de ella cuando le encontró.
“El ser humano es un ente vacío en eterna búsqueda de llenar dicho vacío” le dijo. Era su frase favorita para atraer a las novatas.
Se encontraron en un bar cercano al campus, calle abajo, mientras se tomaban un vino tinto junto a compañeros viejos y novatos.
El, hablaba de haber conocido a Jorge Teillier cuando recién entró a la facultad y de haber compartido tomando unas copas, tenían una difusa charla, lo que le transformaba en una leyenda.
Y así, sus vacíos se encontraron una tarde de abril y se fueron devorando, hasta un día de verano, siete años después, en su última discusión.
Esa mañana, nuevamente habían reñido por lo de siempre, lo complicado de vivir juntos, por lo difícil que era seguir siendo el, que no podía estar ahogándose con ella, que lo más importante era su obra.
Llevaba 3 años intentando terminar un libro y las hojas sueltas de los capítulos llenaban la casa, al igual que las botellas de vino.
Esa mañana puso música, comenzó a sonar Muse, sing for absolution, mientras le ataba las muñecas a un poste ubicado en medio del patio que daba a una parcela vecina.
-No sabes lo bella que puede verse la violencia si eliges bien la música.
Emprendió suavemente la tarea, primero cortándole los brazos y las piernas.
Ella, solo atinaba a lloriquear un poco, estaba aún atontada. Las lágrimas corrían por sus mejillas, la sangre fluía hasta tocar tierra, en tanto él le susurraba al oído:
-Sabes que eres a quien más amo y nunca te dejaré ir.
Con ternura le limpiaba las lágrimas y acariciaba el mentón con su mano derecha, donde tenía un grueso anillo de oro con una piedra color azul, ahora teñida de rojo, a causa del gran golpe en el rostro que le había propinado minutos antes.
Ese día, la dósis de ketamina que se inyectaba, había sido más elevada que de costumbre, así que la sesión de cortes no duró mucho.
Salió huyendo por la parcela de al lado desnudo, mientras orinaba los árboles que encontraba a su paso.
Ella, pasó toda esa tarde, atada a pleno sol, desmayada por el calor, más que por la pérdida de sangre, pues las heridas eran superficiales y mal practicadas.
Cuando pensaba en el y todo el tiempo que le esperó, le perdonaba y borraba de su disco duro esos y otros momentos. Aun le extrañaba, no estaba y le abrumaba no saber de él ni que contestara sus llamadas.
Ese día, caminando por el centro, se propuso que nunca más le llamaría.
Compró unas flores que colocaría en su jardín, apenas llegase a casa.
Al llegar, nuevamente comenzó su obsesión por llamarle y trato de espantarla de su mente trabajando, como siempre lo hacía.
Empezó por cavar en la parte de atrás de su casa, donde la tierra era apta para sus hortensias. Fue entonces que sonó su teléfono y su corazón empezó a acelerar, repicando en su mente, con cada ring, los cortes, golpes, la sangre y el dolor.
Tomo su teléfono, no lo miró, tampoco quiso contestar. Lo lanzó lejos y se llevó la mano al rostro, aun hinchado por los golpes de aquel día.
Un grito que no quiso salir de su garganta, se le quedo ahí atascado, cuando, entre la tierra, vio aparecer unos dedos y finalmente una mano, con el anillo de oro y la piedra color azul.




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