lunes, 21 de abril de 2008

¿Cuanto tiempo esperarías al amor de tu vida?...



Tapada con sus cobijas hasta el cuello, escuchaba del otro lado del teléfono, como el hombre que amaba le decía: quiero compartir mi vida contigo.
Ella no sabía si era en broma o era en serio, era algo que siempre había querido escuchar. Y mientras el le expresaba, que no era ninguna broma, ella evocaba los momentos difíciles de esta relación tan apartada y el minuto en que en cierta medida se decidió.
Estaba ebria, ebria como un fulano cualquiera en un bar, de esos tipos a los que hay que llevar a rastras hasta la calle. Pero, no estaba en la calle, ni en un bar, ni en su casa, ni siquiera estaba en una ciudad.
En ese momento el cielo estrellado, unos cuantos árboles y la luz de la luna eran su cielo, sentada en una banca, fuera de una cabaña apartada de la civilización, solos, frente a una mesa, ella, su embriaguez, provocada por una botella completa de ron, que se había ido tomando de a sorbitos pequeños, su pena y el.
Estaba completamente delirante, de alcohol, amor y rechazo. La noche anterior había escuchado, como el le decía, que estaba en su derecho de enamorarse de cualquiera, que quería una relación, pero libre por completo, que cada uno tenía derecho de buscar y encontrar a otro. La “amistad erótica” descrita por Kundera en “la insoportable levedad del ser”, se hacía presente en su realidad.
A ella le había parecido increíble, horrible, que aquel hombre, ese con quien se aventuró a ir al fin del mundo, separados de todo, le estuviera proponiendo eso.
Se repetía a si misma: -es que en realidad el no me ama, el solo me quiere como se quiere a un perrito o un gato –
y en tanto se autocompadecía de su propio estado etílico coreaba: -tú no me quieres, yo no soy para ti, tú necesitas a una como tú, tú me vas a dejar sola, yo no soy suficiente-
Lo repetía incansablemente e iba llenando nuevamente su vaso de ron.
El estaba sentado frente a ella, tratando de engañarla, pidiéndole de beber también, mientras iba botando los vasos que ella llenaba, pero que luego, decidió no compartir más, porque en esa mesa bastaba solo un ebrio.
El trataba de que no siguiera con esa actitud tan autodestructiva, mientras miraba a la que consideraba una mujer admirable, tan rebajada, tan inocente, tan frágil, tan niña.
Ella ya no podía tomar ni una gota más de alcohol, tiritaba de frío, pero no entraría con el a la cabaña a dormir, pues, ya sabía que sucedería. Se lanzaría a los brazos de ese hombre, le haría el amor como una loca y luego el, desaparecería al día siguiente por completo de su vida.
Me quedaré aquí fuera, tú entra, te va a dar frío.
No- respondió el- yo me quedaré aquí contigo.
-Pero porque, si tu no me quieres, le decía con voz bajita y muy suave.
Sería su voz de niña, su fragilidad lo que le provocaba tal ternura, que el, a quien todo le importaba un pepino, no la dejaría en ese estado, sola.
Déjate de leseras entra, le decía, mientras la tomaba por la cintura para hacerla entrar.
Ella se apegaba a el, no tan solo porque no podía moverse sola, sino porque necesitaba meter su cabeza en su pecho y sentir por última vez el aroma del hombre al que amaba.
Mientras ella repetía, me siento mal, el se detenía con suavidad, se quedaban uno frente al otro, respirando profundo, casi abrazados, mientras se olían mutuamente.
Hubo un momento, en que ya no pudo más, tenía que sacar de si misma tanto ron…
Agachada vomitaba alcohol, el alma y lágrimas que no le dejaban de rodar por sus mejillas, mientras decía a su vez, con su voz de niña abandonada: Tú no me quieres y me vas a dejar sola, yo no soy suficiente, déjame sola!!, me da vergüenza!!.
Pero el, le recordaba que ella, alguna vez, también le ayudo de este modo, en un pésimo estado etílico, le acompaño y cuido con amor.
No es que se sintiera en deuda y no sabemos que sucedió, en ese momento, en el, a quien no le importaba nada. También le dejo de importar la discusión de la noche anterior, que ella estuviera ebria, y que recién hubiese vomitado.
La tomo fuerte entre sus brazos mientras le acariciaba y decía: yo nunca te voy a dejar mi niña.
Sus palabras le produjeron aun mas llanto y mientras el la besaba, lo olvido todo. En sus oídos solo resonaba, yo nunca te voy a dejar, como hoy resonaba, quiero compartir mi vida contigo.
Esa noche ambos se amaron, se hicieron el amor, amor de verdad.

1 comentario:

Penélope Torres dijo...

Mi siguiente libro: "La insoportable levedad del ser", esas ganas ha despertado en mi esta lectura, una historia tan parecida a la mia, sin duda habría sido la misma historia si la hubiera leído hace un año, año y medio, sin embargo, el tiempo me ha hecho madurar y ahora no me considero más esa niña no merecedora de un viajero empedernido. Este tipo de hombres son tan apetecibles! Yo he encontrado al mio y ante sus partidas ya no lloro más. Que fortuna haber encontrado esta lectura!! Me ha transportado!