jueves, 3 de abril de 2008

Agonía

Sentada en una silla, Vivian esperaba mientras sostenía la mano del hombre que amaba.
Yo te amo por los dos, le decía. Y no sabía cuando había sucedido, no sabía cuando se le habían pasado ideas tan descabelladas por su cabeza, solo sabía, que el estaba ahí, que lo amaba y no le dejaría ir sin hacerlo feliz por última vez.

El, tranquilamente y con una respiración cada vez más pausada le pedía:
- “Siéntate aquí a mi lado, no quiero estar solo, necesito de tu calor y has estado conmigo por tantos años, que ya no se si tu me harás mas falta al otro lado o si yo a ti aquí”.

Ella trataba de no llorar y con su llanto contenido, se sentó en la cama, a su lado. Sus ojos le brillaban, también de amor, de aquel amor que nunca había dejado de tenerle en muchos años, a pesar de todo, a pesar de todas sus infidelidades, infidelidades que recordaba con lujo de detalle. Pero había una, una en especial, la más significativa, la que ella nunca, nunca olvidaría: La de su primer amor.

Hacía 40 años, el era un joven muy alto y fornido, un buen espécimen de la fuerza aérea, y ella, María, era una mujer simple, sin mucho en la vida, sin una gran inteligencia, pero que llenaba por completo el corazón de Daniel.
Estaban enamorados y se querían casar. Esperaban el beneplácito de la fuerza aérea para aquello.
La época en que finalmente sabrían que podían estar juntos, el estaba muy agitado, Maria le decía: “Daniel, no te preocupes que todo saldrá bien”.
Pero no fue así, la fuerza aérea coloco una lápida a su amor y prohibió terminantemente mantener una relación con aquella mujer. No era lo suficientemente adecuada para alguien como el.

¿Como es que alguien se puede dar el derecho o puede saber que ella no podía ser una buena madre para sus hijos, una buena amante en su cama, la mujer que le acompañaría?
Ese día María no lloró, a cambio, Daniel se hizo un mar de lágrimas, el hombre fuerte estaba por el suelo. Pero el lo superó, años después se encontró con Vivian, una mujer que si fue aceptada, una mujer que si le daría hijos y con quien formaría un hogar.

Ella era abnegada, completamente dedicada y más aun, una mujer que amaba por los dos.
Siempre se lo decía:
“Daniel, no te preocupes, a falta de tu amor nos sobra el mío, si tu no me amas, yo te amo por los dos”.
Pero eso para Daniel nunca fue suficiente.

Tuvieron hermosos 3 hijos, 2 niñas y un niño. Les vieron crecer, los apoyaron e hicieron una idílica “familia feliz”.
El fue infinitamente infiel, ella infinitamente comprensiva, nunca se quiso enterar de nada, creía en eso de “ojos que no ven corazón que no siente”.

Hoy, sentada en la cama, en el lecho de muerte de su Daniel, aquel a quien había amado durante toda su vida, cada vez que el le pedía estar a su lado, era uno de los pocos momentos en que se sintió realmente necesitada, en que se sintió querida.

Mientras miraba, el cuerpo arrugado y sus manos antes fuertes que ahora no podían siquiera sujetarla, trataba de pensar en todo aquello que le dio fuerzas en el momento que el doctor dio el pronóstico: Cáncer.
Y pensó muchas veces en que con amor lo vencería. Pero el, en realidad no era tan luchador, su cuerpo se iba carcomiendo con la enfermedad y el hombre antes alto fornido y buen mozo que conoció, ya no existía.
Tampoco estaba su rencor, ese que alguna vez le tuvo a Daniel y que le hizo envejecer de golpe. Hoy, había resurgido el amor que los mantuvo juntos los últimos 40 años.

Ella a sus 60, no se veía nada de mal, sus ojos verdes aun mantenían la belleza que alguna vez hiciera que los hombres se dieran vuelta a mirarle por segunda vez, pero era una belleza fria, estaba ahí, petrificada, como una estatua de mármol que ya no podía hacer nada.
Mientras tomaba la mano del hombre que amaba pensaba, pensaba en su mano cada vez más fría y que cada vez, por más que ella lo retuviera, se alejaba de este mundo, a volar lejos. Pensaba también cuando a sus 50, el la dejó, sin saber porque, pensaba en los momentos en que, desconsolada, buscaba respuestas.

El se había ido, hecho sus maletas y marchado tras María, la mujer que habría sido su primer amor, la única mujer con la cual se hubiese casado, la única mujer por la cual no fue capaz de dejar la maldita fuerza aérea… el amor no era el mas fuerte, su orgullo e historia familiar habían ganado y lo había tenido que pagar con 30 años de una vida sin amor verdadero.

Pero la vida da segundas oportunidades, un día caminando por la bahía, se la encontró. Sus ojos negros eran los mismos que el añoraba y recordaba cada noche de su vida, al pasar junto a ella, el aroma que emanaba de sus cabellos negros era el mismo, era ella no se podía equivocar. El romance resurgió de inmediato, no importo familia, hijos ni nada.

Así estuvieron juntos unos 5 años, hasta que ella consiguió un trabajo en Estados Unidos como profesora adjunta de una universidad.
La oportunidad no la podía perder, tal como el nunca se fue de la fuerza aérea, ella no dejaría su vida profesional por un amor revivido de viejos.

Vivian pensaba en que eso había gatillado su enfermedad, cáncer, cáncer de desamor.
Se alejo de sus pensamientos y no lo pensó más.
Soltó la mano de aquel hombre que era retenido en este mundo solo por un hilo de vida.
Hizo unas llamadas y luego le indicó a sus hijas:
-“Mañana deben ir al aeropuerto, esta todo preparado”.
Ellas no entendían nada; “¿a quien vamos a buscar?”
Vivian no quería dar explicaciones, menos en este momento, solo dijo:
-“Deben de ir a buscar a Maria, la amante de tu padre”.

Sus hijas llenaron sus ojos de furia, parloteaban, gritaban y pataleaban por que no irían a buscar a esa mujer, esa mujer que tanto daño les había hecho a ellas y su familia.
Pero al ver la cara marcial de su madre, no les quedo más que simplemente obedecer.
María llego 15 horas después, entro por la puerta de aquel lugar que siempre había sido, el hogar de su amante.
Entró pausadamente como oveja que entra al matadero, todos le miraban con desprecio, menos Vivian. Ella la recibió y sin decir nada, solo tomo su mano y la llevo al lecho de muerte de su amado.
Una vez dentro, solo dijo:
-“Daniel, quiero hacerte feliz, mira a quien traje para que se despidiera”.
Los ojos de Daniel nuevamente se llenaron de la poca vida que le quedaba y soltó unas lágrimas.
Luego Vivian, los dejo solos.

Estuvo esperando fuera, se imaginaba todo lo que se dirían, la despedida del amor de su amor, mientras a su alrededor, toda su familia, incluidas sus hijas le reprochaban su actitud de “idiota”.
Después de media hora, salio María con lágrimas retenidas en los ojos y solo le dijo, pase, muchas gracias.
Vivian entro, encontró a Daniel en la misma posición, pero parecía mucho mejor que cuando le había dejado hacia media hora atrás.
No le pregunto nada, solo lo miro, volvió a tomar su mano y se sentó en la sillita que estaba al lado de su cama.

El sin esperar nada solo le dijo:
-“Mujer ¿que haces allá tan lejos?, ven aquí, a mi cama, sigue compartiéndola conmigo. Durante muchos años tú me amaste por los dos y yo no lo supe entender, ahora comprendo. No quiero irme, si no eres tu la que este a mi lado…”
Y eso fue lo último que dijo.

Al salir de la habitación, Vivian, no tenía una lágrima en el rostro, pero el dolor, toda ella lo mostraba, ella era dolor, y hasta sus cabellos blancos y brillantes dejaron de serlo, se opacaron, así como sus ojos verdes.
En ese instante la única que podía acompañarla era Maria, solo ella, entendía todo aquello.
En ese momento las dos mujeres se abrazaron y finalmente, pudieron llorar tranquilas.

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