domingo, 25 de julio de 2010

La decepción de los hijos, decepción como padres.



Desde el momento en que nuestros hijos nacen nos esforzamos en darles lo que creemos necesario para que les vaya bien en la vida, triunfen y que sean felices. Intentamos formar a un ser humano que sea capaz de insertarse en este mundo, inclusive esperando que les vaya aun mejor que a nosotros mismos.
Nos llenamos de expectativas y sueños acerca de lo que será nuestro retoño.
Entonces, comienza la carrera por la vida, y ya empezando por la etapa escolar nos percatamos, que a pesar de “todos los esfuerzos” nuestro vástago no es precisamente lo que esperamos. Es ahí donde comienzan los cuestionamientos, de lo que estoy haciendo bien o mal como padre o madre.
Recordamos nuestra propia historia personal, lo que hace empeorar las cosas en el caso que, en la misma etapa, hayamos sido más “capaces que ellos”.
¿Pero quién está realmente mal?
¿Debemos culparles de la decepción que nos causa no lograr lo que esperamos después de "todo lo que hicimos por ellos"?.
Nos sentimos desilusionados porque no se esforzaron ni se destacaron en sus estudios, o porque no optaron por una profesión a la altura, o porque no saben escoger buenas amistades o parejas, etcétera, etcétera.
Este es el momento, en que debemos comprometermos a dejar lamentarnos y recordar esa otra parte de la historia personal, esa, en que nuestros propios padres nos hicieron sentir que estaban defraudados de nosotros, a pesar de que intentabamos por todos los medios ser “perfectos”, pero para ellos.
A veces ni sabíamos si queríamos algo por nosotros mismos o por darles en el gusto.
Cada ser humano debe recorrer su propio camino, cuando son niños los orientamos, pero llega el momento en que deben comenzar a tomar sus propias decisiones. Es nuestro deber como padres darle sus espacios para que sean actores de su propia historia y de sus propias expectativas. Es hoy cuando tenemos que darnos cuenta que el, nuestro hijo, es el protagonista, y que con nuestras expectativas le robamos escenario.
Nuestras decepciones no hablan de ellos, hablan de nosotros mismos.
No esperemos llegar al punto en que digan: porque para mi mamá/papá nunca fue suficiente, entonces me rebelo.
Todo esto no quiere decir que no espere nada de mi hijo ni que le ayude a potenciar sus fortalezas, sino que quizás nuestro cuestionamiento esta errado.
Lo que debiésemos preguntar, ante el inconformismo, es si les dimos a nuestros hijos lo verdaderamente necesario para que alcanzaran el éxito y la felicidad.
¿Será que lo que les faltó para destacarse en sus estudios no fue esfuerzo sino confianza en sus capacidades debido a que nuestro acompañamiento en su escolaridad estuvo más centrado en señalar sus errores que sus aciertos?
¿Será que no supieron escoger sus amistades porque sienten que nos defraudaron al darse cuenta, que no son como nosotros esperamos y por ende se sienten a gusto con sus “igualmente inadecuados amigos”?
¿Será que tienen una pareja que los trata mal porque la frecuente hostilidad en nuestra relación de pareja los ha llevado a creer que maltratarse es parte del amor?
¿O será que, más que decepcionados de los hijos, estamos decepcionados de nosotros como padres?
No son nuestros hijos sino nuestras expectativas respecto a ellos las que nos defraudan. Lo grave es que nuestras decepciones los perjudican mucho, porque no dudan de lo que nosotros creemos de ellos y así, cuestionan su calidad como personas.

En fin, puede que mis padres nunca dejen de sentirse decepcionados de mí, pero es tiempo de no hacer lo mismo con mis hijos.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

por favor quiero su nombre completo

Dafne dijo...

jajajaja yiaaaaaaaaaaa. Y usted sería?