Después de tantos años, reencontrarse con los ex compañeros de curso, no es tarea fácil, menos aun si han pasado 17 años.
Es un momento en que todos son buena onda, no se recuerdan los malos ratos o malos momentos, a menos que llegue uno que te diga, tu me caías como las %&$#.
La mayoría se ve igual, sin embargo el paso de los años ha hecho estragos o mejoras.
Una misma lo nota, te encuentran distinta y me empiezo a mirar y decir, que! Que!, que tanta diferencia!, soy la misma solo que me permito compartir mas.
Finalmente me acorde, si, había diferencia.
Yo era una vieja chica, de esas cuyo mayor reflejo de infantilismo e inmadurez, era creerse más madura que los otros, creerse diferente.
Y no es difícil sentirse diferente cuando eres la más perna del curso.
La matea, cerebrito, esa que siente que se juntan con ella solo porque les puede soplar, esa que no entendía que el cariño también puede ser verdadero, esa tan inmadura que a veces creía que era mejor que muchos.
Que estupidez, lo único que me diferenciaba era que tenía las cosas claras y un objetivo, una meta que tozudamente perseguiría cual perro de caza a una liebre.
Pero, ¿que paso una vez que llegue a ese horizonte?, ¿cuando el objetivo ya no era tan claro?
Te das cuenta que has pasado la vida mirando hacia el frente, no te has fijado en que había al lado, y te percatas de cuanto te has perdido.
Pero nunca es tarde, ya me saque las viseras de yegua, porque si que era bien yegua!.
Ahora camino lentito, pues me acelere tanto llegando donde querría llegar, que ahora deshice todo lo hecho y me doy el lujo de armarlo de nuevo.
Quien me mandó a ser tan inquieta!!!
Quiero seguir mirando y aprendiendo, cada uno tiene algo que me encantaría poder absorber, después de todo, sigo siendo niña, cabra chica esponjita y algo explosiva… por lo menos la pedante ya se fue, aunque cuidado por ahí de repente nos ronda.
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