lunes, 28 de diciembre de 2009

CAFÉ RIESCO




Sorbeteaba y olía su humeante brebaje, mientras que el tamborileo de sus dedos sobre la mesa, hacía ver lento el paso del segundero del viejo reloj mural.
Ya iba por su cuarto café, el péndulo avanzaba a paso de viejo, constantemente miraba su tictac y luego su teléfono, el que por costumbre llevaba en silencio.
Ya era la hora y el tiempo se detuvo.
En ese mismo instante, entraba un hombre alto, grande y ni siquiera la brisa que se coló junto con el por la puerta, fueron capaces de interrumpir ese momento.
Eran las diez.
Ella bajó la mirada y dejó su mano inquieta, inmóvil por un rato. Su celular seguía mudo.
El tiempo volvió a caminar, junto con el hombre grande que, con una amplia sonrisa en el rostro, se comenzó a acercar.
Pasó junto a ella sin parecer reconocerla, se sentó junto a unas personas de la mesa de al lado.
Ellos reían y bromeaban, parecían ser compañeros de trabajo en el happy hour.
El café se enfriaba y la dueña del lugar comenzaba a impacientarse con este cliente que ocupaba mucho espacio en su local comparado con su consumo.
Las estanterias estaban adornadas de cosas viejas o que parecían serlo y el ocre de los muros contrastaba con unos manteles rojos. Los colores del lugar, los objetos antiguos y la mezcla de olores, llamaban a la somnolencia y le hicieron caer en cuenta del cansancio del día, pero ella persistía en quedarse.
Los ojos se le cerraban, ya era bastante tarde y por más que detuvo el tiempo, pasó frente a sus ojos, veloz.
Era hora de volver a casa.
Las personas de la mesa de al lado, algo ebrias también se retiraban.
El hombre grande ayudó a incorporar a una de sus acompañantes, pero no salió de inmediato, se detuvo un momento junto a la mesa de ella y le murmuro
- ¿Nunca volveremos a la normalidad?
Ella se sonrió, tomo su bolso y sin mirarle respondió.
- Ese es el problema de que ambos sigamos viviendo en este pueblo. Es demasiado pequeño.
Salió respirando tranquila por la puerta, él se apresuró agitado para seguirla.
Ya fuera, el viento frio le obligó a ponerse el abrigo que llevaba en su regazo. Mientras se lo ponía, la alcanzó quedando uno frente a otro.
La miraba con cara de no entender. Ella solo atino a decir
- No, no era a ti a quien esperaba. Ni siquiera sabía que vendrías, de ser así, hubiese esperado en otro sitio. Lo siento.
Burlonamente le respodió
- Entonces te ha plantado. Yo nunca dejaría que eso pasara.
Ella arrugo el ceño y volvió a mirar su celular. No tenía llamadas perdidas ni mensajes sin leer. La sonrisa se le fue del rostro.
En silencio se colgó la cartera al hombro y tomó el primer colectivo a casa.
El hombre grande, se quedo parado en la fría esquina, observando como el vehículo se iba.
En el minuto que ella se sentó, comenzó a vibrar su celular.

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